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Cerezas de temporada, o no

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El otro día iba en el ascensor y me encontré a mi vecina que venía del mercado de abastos. Muy orgullosa me enseñó unas cerezas, que había adquirido en su frutería de confianza, grandes, redondas, rojas y tersas. Las había pagado a 8,95€/kg y estaba orgullosa de poder comprarlas en pleno invierno.

Me preguntó si yo creía que estarían tan buenas como las que podemos comprar en verano. Por supuesto que no, le dije. Y no porque esas cerezas no estén ricas, sino porque las mejores que puedes adquirir tienen nombres y apellidos y su estacionalidad.

¿Cómo es posible que haya a estas alturas? Importación, probablemente, le contesté. Lo que está muy claro es que no son del Valle del Jerte.

Le pregunté si era consciente del recorrido de esas cerezas hasta llegar a su mesa, y me dijo que muy consciente, no era, pero que podía imaginarse que el camino recorrido no había sido corto.

Yo le comenté que era poco sostenible, ahora que tanto nos preocupa (y nos debe preocupar) la sostenibilidad.

El porqué de consumir en la estación natural de cada producto, no solo significa una mejor calidad y sabor, sino muchos menos kilómetros recorridos, con un menor impacto medioambiental. Hasta aquí llega la lógica.

Pero ahí me surgió la duda. ¿Somos capaces actualmente de dejar de sucumbir al capricho o apetencia de algo? Ahora que parece que vivimos en la era del todo vale, en la que ponemos medios para luchar contra la contaminación generada por la globalización, pero en la que, casi sin darnos cuenta, hacemos realidad aquella canción de los ochenta “Besarte es como comer naranjas en agosto y uvas en abril”. Ahora es de lo más normal, les diría a los buenos de Danza Invisible. Quien nos lo hubiera dicho por aquel entonces, en los que saltábamos emocionados imaginando semejantes jugos a “deshora”, cual manjar en boca de la persona amada.

A mí me sigue haciendo mucha ilusión que lleguen las temporadas. Adquirir el mejor producto en la época que le corresponde y esperar ansiosa como quien espera la noche de reyes. Me da muchísima alegría, esperar a las alcachofas y a los guisantes. Y ahora muchísimo más, si cabe, ya que sé, a ciencia cierta, que con esa espera maravillosa no atento contra el medioambiente y colaboro en la reducción de emisiones de dióxido de carbono. Por no citar los beneficios a nuestra salud, a nuestros bolsillos, en forma de ahorro, y el apoyo al comercio local.

Apostar por los alimentos de temporada ayuda a llevar una dieta equilibrada y saludable y a combatir el cambio climático. Algunos alimentos viajan en neveras durante semanas (por tren, avión, barcos, camiones) hasta mercados repartidos por el mundo entero e, inevitablemente, se emiten gases de efecto invernadero.

De hecho, un tercio de estos gases están relacionados con la producción, transformación y distribución de alimentos. Ahí queda eso.

Y es que está claro: No consumir lo que sabemos que no corresponde, por fecha, en nuestra zona de residencia, nos hace más sostenibles. Así de sencillo.

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