La revista de los amantes del buen vivir

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
HomeEstilo de vidaCulturaViajes de cine, destinos que saben a película y a gloria bendita

Viajes de cine, destinos que saben a película y a gloria bendita

Publicado

Hoy hablamos de viajes, sí. Pero no de esos en los que te haces una foto en la muralla china y luego comes en un McDonald’s porque “no sabías lo que decía la carta”. He venido a hablar de viajes con copa en mano, con tenedor en la otra y con la cara de Audrey Hepburn pegada al cristal del escaparate. Porque lo importante no es ver el mundo, es vivirlo como si estuvieras dentro de una película de culto… pero con mejor comida.

Aquí no se viene a posar. Se viene a comerse la escena.

Nueva York: orgasmos fingidos y cheesecake de verdad

Nueva York es esa ciudad donde todo parece posible. Incluso que alguien grite en una cafetería sin que lo detenga la policía. Sally lo hizo en Katz’s Delicatessen y aún hoy hay gente intentando superarla a base de pastrami.

Tú vas, pides lo mismo y lo acompañas con un Manhattan de Bulleit Bourbon, como quien no quiere la cosa. Y luego, cheesecake en Junior’s. Porque si vas a vivir una escena de película, hazlo con crema y azúcar.

Eso sí, cuidado con quedarte en la quinta avenida mirando joyas: en Tiffany’s no dan desayuno, y los camareros no tienen ni idea de quién es Truman Capote.

Provenza: Ridley Scott, vino rosado y ratatouille sin ratón

Ridley Scott rodó Un buen año en Château La Canorgue y desde entonces los influencers van buscando la luz dorada como si fueran insectos con presupuesto. El vino rosado de allí es tan elegante que podría llevar pajarita. Y la ratatouille… sin roedor, gracias a Dior.

Después te plantas en La Petite Maison de Cucuron, pides tapenade, queso de cabra y un rosado de Mirabeau, y finges que la vida es una serie francesa de las buenas. De las que nadie ve, pero todos citan.

Roma: carbonara, pecado y un vino con nombre de emperador

Roma no se visita, se interpreta. Como Jep Gambardella, que no hacía nada, pero lo hacía en escaleras barrocas con traje blanco. En Roscioli sirven la mejor carbonara del mundo y no te juzgan por llorar delante de un plato. Porque eso también es la gran belleza.

Después, gelato en Giolitti. Y un Frascati Superiore de Fontana Candida, que suena a emperador retirado pero entra como un suspiro. Si no acabas abrazando una estatua del Panteón, no lo has hecho bien.

Tokio: karaoke, whisky y sushi con estrella Michelin

Tokio es una película de neón donde tú eres el secundario confundido. En el Park Hyatt, Scarlett Johansson se aburría con estilo. Tú te aburrirás menos si pides un Hibiki 21 y te lo bebes mirando la ciudad como si entendieras algo.

Luego, sushi en Sukiyabashi Jiro. Aquí no hay soyas dulces ni aguacate, solo precisión y silencio. Si te atreves con el karaoke, que sea con Brass in Pocket, pero con dignidad. Lo importante no es afinar. Es parecer profundo y ligeramente borracho.

San Sebastián: pintxos con denominación de origen emocional

San Sebastián no es una ciudad. Es un travelling continuo entre barra y barra. En Ganbara te sirven unos hongos que merecen su propio spin-off. En Akelarre, el menú degustación viene con banda sonora.

Te tomas un Txakoli Ameztoi, te comes unas kokotxas y ya estás dentro de Ocho apellidos vascos, pero sin clichés. Aunque cuidado con citar a Sabino Arana entre pintxos, que aquí lo mismo te aplauden que te corrigen con cariño (y con sidra Petritegi).

París: jazz, cócteles y la sensación constante de no ser lo bastante chic

En París nadie desayuna croissants, solo tú. Pero da igual. Entras en Deux Magots como si fueras Simone de Beauvoir, pides un French 75 con ginebra G’Vine y finges que no te molesta pagar 14 euros por el privilegio.

Después te vas a Shakespeare & Co. y compras un libro que no vas a leer. Comes coq au vin, repites con crème brûlée y miras al Sena como si estuvieras en Antes del atardecer, aunque no haya Ethan Hawke en la orilla.

Túnez: Tatooine, cuscús y el licor de los jedis retirados

Sí, Tatooine existe. Está en Túnez y se llama Tataouine. El Hotel Sidi Driss es la casa de Luke Skywalker, pero sin androides ni tías que lloran. Allí puedes dormir y soñar que destruyes la Estrella de la Muerte mientras tomas un cuscús con cordero y te bebes un vaso de Boukha, el licor local de higo, que sabe a vacaciones y a decisiones discutibles.

Lo más surrealista es que, al despertar, sigues allí. Y no, no es un parque temático. Es real. Como la arena en los zapatos.

Epílogo: créditos finales con sobremesa

Viajar por el mundo a través del cine no es hacer turismo, es meterse en el guion, probar los platos de los personajes y brindar como si acabases de ganar un Oscar al mejor papel secundario. Cada ciudad tiene su película, su copa, su bocado y su anécdota de rodaje. Y si no, se la inventa uno.

Porque al final, lo importante no es si el vino era de Borgoña o del súper. Lo importante es brindar como si fueras Marlon Brando, llorar como Julia Roberts en Roma y reírte como si fueras tú el que dirige la película.

Y por si te lo preguntas: sí, la vida da para secuela.

spot_img

Últimos artículos

QUIZ, Cuál es tu pareja de vino y serie ideal

Porque sí, hay días de The Crown y palo cortado. Días de Élite y...

Destilados destacados tradicionales segunda parte

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero a Los Vengadores les salió redondo...

Oleoturismo España, el viaje más sabroso entre olivos centenarios

¿Y si te dijéramos que el turismo huele a pan recién tostado y sabe...

Bares en Madrid para cuando necesitas una excusa

A veces solo necesitas un motivo para salir. Una excusa. Cualquier cosa vale: un...

Sabes si en el Antiguo Egipto enterraban a los muertos con vino

Olvida el “descansa en paz”. En el Antiguo Egipto se decía más bien “descansa,...

Hola Forastera, entre malvasías y guitarras gomeras

No hay western sin forastera. Pero esta vez no llega a caballo ni busca...

ARTÍCULOS RELACIONADOS