La música y el vino. Dos placeres universales, dos artes que nos unen y nos emocionan. Pero ¿alguna vez has pensado en lo diferente que es nuestra relación con cada uno? Paul Wagner, experto en marketing del vino, lo explica muy bien: mientras la música nos llena de emociones sin barreras, el vino parece quedarse atrapado en una vitrina de términos técnicos y notas de cata intimidantes.
Imagina lo fácil que es disfrutar de la música. Con un simple clic, puedes escuchar cualquier canción. Desde Drake hasta Beethoven, sin importar si entiendes de composición o notas musicales. La música se comercializa para que cualquiera pueda disfrutarla sin filtros ni condiciones. No necesitamos una “clase magistral” para entender una canción de Taylor Swift o bailar con Elton John. La música es universal y no exige que seamos expertos para emocionarnos con ella.
En cambio, el vino… ¡ay, el vino! Nos encanta, pero a veces nos sentimos inseguros al hablar de él. Muchos consumidores temen opinar, elegir o hasta compartir vino, como si hubiera una “forma correcta” de hacerlo. Como dice Wagner, esta barrera la hemos creado en gran parte desde el propio sector, intentando “educar” a los consumidores para que aprecien más el vino.
Es curioso, ¿verdad? Coca-Cola no necesita enseñarnos nada para vender millones de botellas al año. Simplemente se disfruta. ¿Entonces, por qué el vino necesita “educación” para ser comprendido? ¿Acaso el disfrute de una copa depende de saber sobre terroir, acidez o geología?
Wagner hace un punto muy interesante: el vino no es solo geología, sino también cultura. Sin embargo, a veces parece que olvidamos que la esencia del vino está en la gente, en sus historias, en la tradición y en el cariño con que cada bodega lo elabora. Igual que cada región tiene su estilo musical, cada vino tiene su identidad cultural.
Música y vino son compañeros desde tiempos inmemoriales. Desde la Grecia antigua hasta nuestros días, estos dos placeres han sido esenciales para nuestra especie. Pero ¿qué hace que hoy los vivamos de maneras tan distintas? La diferencia podría estar en la forma en que los acercamos a la gente.
Cuando quieres escuchar música, basta con pedírselo a Siri o poner una lista en Spotify. Sin embargo, si quieres aprender de vino, es probable que busques un sumiller. Esto genera una experiencia diferente. Con la música, somos libres. Con el vino, nos da algo de respeto.
Paul Wagner lanza una propuesta inspiradora: tal vez, si habláramos del vino con la misma sencillez y cercanía con que hablamos de la música, el consumo y disfrute del vino crecerían. En lugar de tanta “ciencia” y “lecciones”, podríamos hablar del vino como una expresión cultural, como una parte de la historia, el arte y las emociones.
¿Acaso no es eso lo que hace que el vino sea tan especial? Al igual que con la música, no hay una única manera “correcta” de disfrutarlo. Cada copa es una experiencia, y no hay respuestas equivocadas.
Imaginemos un maridaje de música y vino: una copa de tinto profundo con una pieza de jazz suave, o un vino blanco fresco acompañando una alegre melodía de pop. Al igual que cada género musical tiene su momento y su ambiente, cada vino puede complementar una emoción, un instante. Sin necesidad de reglas complejas, sin barreras.
Es hora de quitarnos el peso de encima. No necesitamos convertirnos en expertos para disfrutar de una copa de vino. El vino es para disfrutarlo, para compartirlo, para sentirlo en el momento. Igual que una buena canción, nos hace vibrar, nos transporta y nos conecta con algo más grande que nosotros.
La próxima vez que descorches una botella, piensa en ella como una canción. No necesitas entender cada nota o cada instrumento para disfrutar de la melodía. Solo deja que el vino te hable, como una canción que llega sin avisar y se queda grabada en tu memoria. El vino es cultura, no una ciencia.