Portugal guarda un secreto a menos de cinco horas en coche desde Madrid. No es una playa escondida ni un nuevo festival de fado, sino algo mucho mejor. Beira Interior, una región donde los vinos nacen a más altura que muchas torres de oficinas y las aldeas parecen escenarios de una serie histórica que Netflix aún no ha comprado.
Aquí los viñedos trepan entre 450 y 800 metros de altitud. Crecen en suelos graníticos, con días de calor seco y noches que obligan a sacar la manta. Ese contraste térmico es como el productor que sube el volumen y lo baja en el momento justo. Los vinos salen frescos, con acidez natural y aromas que no necesitan filtros de Instagram.
Las variedades locales —Síria, Fonte Cal, Rufete, Marufo y Jaén— son las estrellas. Uvas que no buscan ser internacionales ni clones de moda. Si un Chardonnay de Napa es un superhéroe de Marvel, estas variedades son más de cine de autor, con guion propio y personalidad.
En Beira Interior, las bodegas no son solo lugares donde se llena una copa. Son pequeños mundos con filosofía propia:
- Lúcia & Américo Ferraz (Souvall), donde la familia y la tierra mandan más que cualquier manual de marketing.
- Rui Madeira Vinhos, que convierte el concepto de “vino de montaña” en algo elegante y digno de exportar.
- Quinta dos Termos, que ya hacía agricultura ecológica antes de que se pusiera de moda.
- Adega Cooperativa de Castelo Rodrigo, la bodega de pueblo que demuestra que la tradición, si se hace bien, sigue funcionando.
- Quinta do Cardo, rodeada de más biodiversidad que un documental de Attenborough y en plena transición biodinámica.
Entre copa y copa, el paisaje se roba el protagonismo. Las aldeas históricas de Marialva, Pinhel o Castelo Rodrigo son como decorados de cine, pero habitados y con tabernas que sirven vino de verdad. Los que buscan dormir con encanto pueden elegir entre Casas do Côro, con más encanto que una película francesa; Casa da Cisterna, que parece sacada de una novela de Saramago; o el Hotel Brasão Dourado, clásico y acogedor.
Para estirar las piernas (y la vista), están los Passadiços do Mondego. Pasarelas de madera suspendidas entre molinos antiguos y vistas al río que parecen una mezcla entre documental de National Geographic y documental de la 2.
Y si el día pide un poco de historia, la catedral gótica-manuelina de Guarda, en la ciudad más alta de Portugal, es de esas que te hacen sentir que has retrocedido quinientos años.
Los vinos de Beira Interior brillan más si van acompañados de la cocina local. En Nobre Vinhos & Tal o Colmeia, en Guarda, y en la Taberna da Matilde, en Castelo Rodrigo, sirven carnes asadas, migas y quesos de montaña que no entienden de dietas modernas. Si los armonizas con un blanco mineral o un tinto con estructura, entenderás por qué esta región está empezando a sonar.
No solo presume de paisaje. Sus vinos conquistan concursos. En la última edición del Concurso de Vinos de Beira Interior, 33 de los 95 participantes se llevaron premio. El Beyra Grande Reserva Tinto 2021 fue el gran ganador, mientras que el espumoso Adega 23 Arinto 2021 brilló como “Mejor Vino en Femenino”. Todo indica que aquí no hay modas pasajeras, sino calidad sólida.
Beira Interior no es para quien busca resorts con pulsera ni copas de vino en vasos de plástico. Es para quienes quieren viajar lento, beber bien y descubrir un Portugal que aún no sale en todos los reels.
Entre montañas, aldeas históricas, vinos de carácter y platos que saben a tierra y estación, esta región está lista para convertirse en tu próxima escapada. Y sí, cuando vuelvas, serás el que presuma de haber llegado antes de que se pusiera de moda.