Lo diré con la copa en una mano y el móvil lleno de alertas en la otra. Esta semana el mundo se ha comportado como un reality sin guion. La tormenta Amy ha barrido media Europa con la furia de un ex con derecho a viento. Marc Márquez se ha caído en Indonesia, y su hombro derecho ha recordado que la ley de la gravedad no distingue campeones.
La Semana Mundial del Espacio nos ha devuelto el gusto por mirar hacia arriba, justo cuando la Tierra parece querer cerrarse por reformas. Y, mientras tanto, el calendario se nos llenó de efemérides: Día del Pulpo, del Huevo, de la Dislexia (presente, con faltas de estilo), del Queso Mohoso, de los Calvos, del Frappé, del Salmón, de los Jardines Botánicos, de los Tíos y para Salir del Armario.
Una agenda para tomársela con calma… o con antiácido. Porque entre tanta fiesta simbólica, la realidad ha preferido el drama.
Marc Márquez, el hombre que desafió la velocidad y ganó, ha terminado esta vez peleado con el asfalto. Su caída en el GP de Indonesia le ha roto el hombro y la racha, recordándole que la épica también pasa por quirófano.
No hay metáfora más precisa del “Día del Pulpo”: ocho tentáculos no bastan para evitar una caída. Ni del “Día del Huevo”, porque la vida, como el circuito, se rompe con un golpe seco y sigue caliente unos segundos más. Márquez volverá, claro, pero ahora es el planeta el que lleva la escayola.
Mientras el piloto tocaba suelo, otros miraban el cielo. En Marte, la NASA confirmó la presencia de minerales que podrían guardar rastros de vida microbiana.
Y aquí, en Madrid, otro tipo de exploradores cartografiaban un universo más pequeño pero igual de infinito: el de las células humanas. Mi sobrino, Daniel Giménez Llorente, junto a su equipo del CNIO, ha publicado en Science el human REPAIRome, el primer mapa de cómo el ADN repara sus roturas.
Un hallazgo que suena a ciencia ficción pero huele a futuro. Entender cómo nos curamos desde dentro mientras el mundo se rompe por fuera. El espacio y el genoma, ambos intentando responder a la misma pregunta: ¿cómo seguimos vivos?
Tormentas, guerras y economías en modo dislexia
La tormenta Amy ha tumbado árboles, tejados y titulares en el norte de Europa. Mientras tanto, en Gaza se cumplen dos años de guerra y diplomacia sin gramática, y en Ucrania, los apagones ya son parte del paisaje emocional.
La inflación europea sigue en su función de teatro absurdo: sube cuando no debe y baja cuando ya da igual. Todo parece escrito con el teclado roto de un disléxico universal: las letras del mundo se confunden, pero el caos tiene ritmo.
Y ahí entra el Día de la Dislexia, no como curiosidad, sino como espejo. Porque los disléxicos aprendemos a leer entre líneas, justo lo que hoy exige sobrevivir. No hay error: hay otra forma de mirar.





