Hay viajes que empiezan con un “chin chin” y terminan con créditos rodando entre risas.
El enoturismo ya no es solo visitar bodegas: es protagonizar tu propia historia, con viñedos como escenarios, barricas como decorado y una copa como cámara. Hoy recorremos los algunos de los mejores destinos enoturísticos.
Ribera del Duero, España. Una boda de película
Cuando la hija de Antonio Banderas se casa en una bodega, algo sabrá. Stella del Carmen Banderas celebró su boda en la mítica Abadía Retuerta LeDomaine, en Valladolid, un monasterio del siglo XII convertido en santuario del vino.
Allí, entre viñedos dorados y muros de piedra, los invitados parecían extras de una comedia romántica con final de Netflix. Cada rincón invita a una escena. La novia brindando con tinto, el padre emocionado, las campanas sonando al caer la tarde. Es el tipo de lugar donde “Notting Hill” se habría rodado si Hugh Grant hubiese tenido una viña y buen gusto por los tempranillos.
Por qué ir: lujo rural, vino premiado y la sensación de vivir dentro de un fotograma.
Valle del Douro, Portugal. Romance ribereño con banda sonora de fado
Si Wes Anderson rodara una película en Portugal, sería aquí. El Valle del Douro es una sinfonía visual: colinas cubiertas de vides, trenes antiguos que bordean el río y quintas centenarias donde el vino Oporto envejece despacio, como un amor de verano que no se olvida.
Viajar por el Douro es como protagonizar Antes del atardecer (pero sin prisas y con un decantador en la mano). El sol cae sobre el agua, las terrazas se tiñen de oro y tú entiendes por qué en cada copa se guarda un trozo de historia.
Por qué ir: paisaje Patrimonio de la Humanidad, vinos legendarios, cruceros fluviales entre viñedos.
Toscana, Italia. Clásico romántico, con denominación de origen
No hay historia de amor sin vino, ni vino sin historia de amor. La Toscana es puro cine: cipreses, colinas, luz dorada y esa calma que te obliga a hablar en slow motion. Aquí puedes recrear Bajo el sol de la Toscana o rodar tu propio remake, con una Vespa, un Brunello di Montalcino y alguien que sepa decir “andiamo” con acento sincero.
Entre risas, aceite de oliva y vinos con alma, cada bodega es una escena que pide banda sonora de Ennio Morricone.
Por qué ir: vino, arte y comida en la misma mesa.
Stellenbosch, Sudáfrica. Aventura con aroma a Cabernet
Aquí la historia empieza al amanecer, con el sol iluminando montañas de postal. El vino sudafricano es intenso, sabio, cinematográfico. Si Memorias de África tuviera secuela, se rodaría en Stellenbosch, entre campos de pinotage y lodges con vistas infinitas.
Cada copa cuenta una historia de raíces, de mezcla, de resistencia. Y tú, con el viento en la cara, piensas: ojalá todos los dramas tuvieran un final tan redondo.
Por qué ir: vino de autor, paisajes únicos y hospitalidad africana.
Santorini, Grecia. Comedia romántica con sabor volcánico
El escenario perfecto: casas blancas, mar azul, un volcán dormido y un vino blanco que sabe a verano eterno. El Assyrtiko es el coprotagonista de esta historia: fresco, mineral, elegante.
Caminar entre las vides en espiral de Santorini es como estar en Mamma Mia! sin los coros, pero con mejor vino. Cuando cae el sol y el mar se tiñe de naranja, entenderás que no hay guion más perfecto que una copa al borde del Egeo.
Por qué ir: vino volcánico, paisajes icónicos, y sensación de película en cada rincón.
Rioja Alavesa, España. Arquitectura con aroma a reserva
En Elciego, el vino se mezcla con el diseño de autor. El Hotel Marqués de Riscal, firmado por Frank Gehry, parece el plató de una cinta de ciencia ficción sobre la elegancia. Dentro, acero y madera; fuera, viñedos y horizonte. Es como si Blade Runner hubiese tenido final feliz y cata incluida.
Por qué ir: arquitectura espectacular, vino Rioja y gastronomía top.
El cine y el vino comparten algo: ambos cuentan historias que se quedan contigo. Un buen destino enoturístico no se mide por cuántas copas pruebas, sino por cuántas escenas recordarás cuando vuelvas.





