La semana ha entrado en escena con aire de cabaré agotado. Luces frías, maquillaje corrido y titulares que suenan a ensayo general del fin del mundo. Delhi estalla junto al Fuerte Rojo y deja una docena de muertos.
La policía aplica la ley antiterrorista como quien saca el manual de instrucciones cuando el desastre ya está montado. La ciudad huele a pólvora y a resignación, y sin embargo, el calendario sonríe desde la pared: Semana Internacional de la Ciencia y la Paz. Esas cosas que solo existen en la papelería de la ONU. Un coche arde, un dron zumba, y alguien, en algún despacho climatizado, escribe “fomentar el diálogo”.
Rusia sigue estrenando armamento como si fuera moda otoño-invierno. Misiles hipersónicos, drones suicidas, la pasarela completa. Kiev lo sufre, Europa se persigna, y Moscú posa. Y justo al lado, el calendario civil nos recuerda que es Día Mundial de la Bondad. El contraste duele: misiles de precisión y abrazos de temporada. La bondad tiene mala puntería; los cohetes, no.
En España, los reyes viajan a China a hablar de economía verde, inteligencia artificial y algún acuerdo que todavía huele a protocolo. Entre la porcelana y las sonrisas, se firma algo que suena a “cooperación estratégica” y sabe a “exportemos más aceite y coches eléctricos”. Mientras tanto, aquí, las comunidades compiten por ver quién aguanta más puentes festivos, y el BOE saca pecho anunciando nuevas normas para becarios, porque el país sigue creyendo que la precariedad se resuelve con papeles. Todo esto sucede en la misma semana que el Día de las Librerías, donde los héroes anónimos siguen vendiendo ficción mientras la política la regala gratis.
El planeta sigue mareando los mismos titulares. Los precios del crudo bajan porque la OPEP+ decide hacerse la interesante, los mercados temen otro parón en Estados Unidos y la inflación europea juega al escondite con los consumidores. Y justo entonces el calendario, imperturbable, marca el Día Internacional para la Tolerancia. La economía se desangra y la ONU nos pide calma. “Sed tolerantes”, dicen, mientras el euríbor trepa como una hiedra con prisa.
En el capítulo científico, los laboratorios traen esperanza. Una terapia experimental promete frenar la ELA, y en Japón logran hacer que el CBD llegue mejor al cerebro para tratar el dolor. Ciencia, la de verdad, sin marketing ni humo. Y es curioso, porque también era Semana Mundial de la Calidad, esa que intenta convencernos de que la excelencia se mide con etiquetas ISO. Los investigadores, sin sellos ni ferias, siguen salvando vidas, mientras los políticos discuten por ver quién se adjudica la medalla de la sensatez.
Y llegamos al bloque gastronómico, ese que equilibra la balanza emocional. Día Mundial del Huevo, Día Internacional del Dulce de Leche, Día Nacional de las Nueces. Tres santos protectores del colesterol y del consuelo. Mientras Delhi recoge cadáveres, Bruselas redacta sanciones y Madrid calcula encuestas, nosotros freímos un huevo, untamos el dulce y mordemos la nuez. Es la versión ibérica de la resiliencia: sobrevivir con pan, azúcar y sarcasmo.
La semana cierra con eco de telediario y olor a almendra tostada. La ONU celebra la paz, los tanques rugen, los científicos trabajan, los reyes sonríen y los becarios firman prácticas.
El calendario se ha convertido en una comedia de equilibristas: un pie en el desastre y otro en la efeméride. Y ahí seguimos todos, caminando por la cuerda floja del absurdo, intentando no mirar abajo, porque abajo está la realidad.





