La literatura y los destilados tienen un matrimonio mejor avenido que muchos de ustedes, queridísimos lectores. El escritor bebe porque sufre, y sufre porque escribe. Luego estamos los demás, que leemos para no tener que sufrir tanto, y si es con una copa en la mano, mejor. Aquí, una selección de libros para leer con un buen destilado, porque hay páginas que solo se soportan con la garganta caliente.
Empecemos con lo clásico, que es como decir lo inmortal. “El gran Gatsby”, de F. Scott Fitzgerald. El alcohol corre por sus páginas como un mar embravecido, y un cóctel no es suficiente para enfrentarse a la tragedia de los ricos aburridos. Aquí se impone un whisky The Macallan 12 años, porque si algo tenía Gatsby era gusto para lo caro, aunque no para las mujeres. Un trago de este elixir de malta y, de repente, hasta Daisy parece menos insoportable.
Sigamos con la literatura española, que también ha tenido sus borracheras. “Luces de bohemia“, de Valle-Inclán, no se puede leer con agua. Es teatro esperpéntico, de calles sucias y noches eternas, y para eso se necesita un Brandy Carlos I Solera Gran Reserva. Denso, con carácter, con ese golpe a roble que recuerda a una frase bien afilada de Max Estrella. Se bebe despacio, como se lee a los genios.
Pasemos a la novela negra, que si algo huele en sus páginas es a tabaco y licor barato. “El largo adiós“, de Raymond Chandler, exige un buen bourbon. Aquí no vale cualquier cosa, se necesita algo que tenga más golpes que Philip Marlowe. Woodford Reserve es la elección. Roble, caramelo, un poco de vainilla y ese amargor que hace juego con la corrupción de Los Ángeles. Se bebe solo, sin hielo, como un detective que ya lo ha visto todo.
Y si lo que quieren es algo más exótico, ahí está “El corazón de las tinieblas“, de Joseph Conrad, que huele a selva, sudor y locura. Para esto hace falta un ron Zacapa 23 Solera, oscuro, especiado, con el dulzor suficiente para aliviar el horror. No es para bebedores de refresquitos; es para quienes se atreven a descender al alma humana y no tiemblan al mirarse al espejo.
Por último, un poco de poesía, que también hay que tenerle respeto. “Poeta en Nueva York“, de Lorca, no se acompaña con cualquier cosa. Para soportar ese viaje al exilio del alma, hace falta un buen Orujo Pazo Pondal. Potente, herbáceo, con un golpe de realidad que pone los pies en la tierra mientras la mente se va de viaje con los versos.
Así que ahí lo tienen, literatura y destilados, porque algunos libros son tan grandes que necesitan compañía. Y porque la vida, en el fondo, es eso: un buen libro, una copa bien servida y la certeza de que, al cerrar la última página, habrá otro trago esperando.