Firmar un vino con tu apellido es como tatuártelo en la frente: no hay marcha atrás. En un país de bodegas con nombres de castillos inventados y viñedos que parecen sacados de Juego de Tronos, hay mujeres que han decidido poner su propio nombre en la botella. Y claro, cuando eso pasa, no hablamos solo de vino: hablamos de arte, historia y un puntito de “aquí estoy yo”.
Begoña Jovellar: de Vega Sicilia al apellido en grande
Más de 20 años en Vega Sicilia (1997–2020), el Harvard de la Ribera, curtieron a Begoña Jovellar. Y en lugar de retirarse a contemplar viñas, decidió lanzar su propia bodega, Bodegas Jovellar, con vinos que llevan su apellido en mayúsculas: Begoña Jovellar 3º Año en Ribera del Duero y un Rueda homónimo. Un gesto casi punk en un país donde los apellidos de mujer suelen acabar en notas a pie de página. En Borgoña es normal. Aquí, es casi un manifiesto.
Jovellar es como Velázquez poniéndose de modelo en “Las Meninas”: sale en la obra, con brocha y todo.
Victoria Torres Pecis: la firma volcánica
En La Palma, Victoria Torres Pecis hace vinos que parecen escritos en piedra pómez. Malvasías, negramoll, suelos volcánicos imposibles y etiquetas con su nombre y apellido. Aquí no hay marketing de castillos inventados: hay volcanes, viento atlántico y la certeza de que la viña se cuida a riesgo de despeinarse cada día.
Torres Pecis es la Frida Kahlo del Atlántico: autobiográfica, volcánica y con más cicatrices que Photoshop.
Ester Nin: Priorat a la cámara lenta
En Priorat, Ester Nin decidió que su apellido también merecía etiqueta: Nit de Nin, Planetes de Nin. Junto a Carles Ortiz ha convertido su apellido en un manifiesto biodinámico. Aquí no hay postureo, hay llicorella y paciencia.
Nin es como un plano de Tarkovski: lento, intenso, lleno de silencio… pero luego explota en aplausos.
Marimar Torres: apellido español en clave californiana
En Russian River, California, Marimar Torres (sí, de la saga Torres) firmó su propia aventura: Marimar Estate. Pinot noir, chardonnay y un apellido catalán plantado en suelo californiano. No es solo vino, es globalización con estilo y firma femenina.
Marimar es como Rosalía en Coachella: raíces españolas en versión internacional, con eco global.
¿Por qué poner tu nombre en la etiqueta?
Porque es jugártela. Como firmar un cuadro en el Museo del Prado o estampar tu rúbrica en un verso. El apellido convierte al vino en obra de autor, y cuando el autor es mujer, el relato cambia: ya no son castillos de cartón ni viñedos inventados, sino personas de carne, hueso y botas manchadas de mosto.
Estas mujeres han hecho que su firma no sea un detalle tipográfico, sino una declaración cultural. Y han demostrado que, cuando el vino lleva nombre de mujer, no solo sabe a terroir: sabe a verdad.





