En los días antiguos, cuando los vientos erraban libres y los fuegos de los hogares ardían con calidez, nació una delicia. No era pan, ni torta, sino algo más, algo dorado y crujiente, tejido con la esencia de la harina y el dulzor de la miel. Así llegaron los gofres y los waffles, como joyas de los pueblos antiguos, tesoros de harina y fuego.
En la lejana tierra de los artesanos, donde los molinos cantaban al amanecer, surgieron los gofres. Eran dones de los dioses de la cocina, forjados en hierro, marcados con emblemas de cuadrículas inquebrantables. Quienes los probaban, juraban lealtad eterna a su textura crocante y su alma esponjosa. Eran compañeros fieles de la miel y el chocolate, aliados de las frutas del bosque y del azúcar nevado.
Los bardos hablaban de ellos en los mercados, y los viajeros los llevaban consigo en sus jornadas. En Bélgica, los gofres se dividieron en clanes: los de Lieja, densos y dulces, y los de Bruselas, livianos como el canto de los elfos al amanecer.
No todo quedó en los antiguos reinos. Más allá de los mares, en la vasta tierra de América, los gofres encontraron un nuevo destino. Tomaron un nuevo nombre, “waffles”, y adquirieron la costumbre de vestirse con siropes dorados y torres de crema. Eran más grandes, más suaves, pero conservaban la nobleza de su estirpe.
Los forjadores de hierro crearon nuevas prensas, y cada casa tuvo su propio emblema, grabado en hierro candente. Así, los waffles se convirtieron en el desayuno de reyes y héroes, compañeros de batallas contra el hambre matinal.
Como en toda gran saga, hubo quien discutió sobre cuál era superior. ¿Eran los gofres, con su malla firme y su dulzura intrínseca? ¿O los waffles, con su capacidad infinita para sostener néctares y untos? Como la eterna lucha entre el bien y el mal, la respuesta nunca fue clara. Pero lo que sí se sabía era que ambos tenían su lugar en las mesas de los sabios y los hambrientos.
Y así, los gofres y los waffles siguen su camino en este mundo. En cada rincón del mapa, en cada hogar donde el fuego calienta una plancha de hierro, se perpetúa la leyenda. Ya sea con mantequilla, con miel, con frutas o con crema, estos guerreros dorados siguen conquistando corazones, como lo han hecho desde tiempos inmemoriales.
Y tú, viajero de estas líneas, ¿cuál eliges en esta batalla sin fin? ¿Gofre o waffle? La elección es tuya, pero recuerda: en la dulzura, no hay perdedores, solo historias por contar.