No hay western sin forastera. Pero esta vez no llega a caballo ni busca pelea en el saloon. Llega en forma de uva rebelde desde La Gomera, con guitarra, alma volcánica y ganas de quedarse. Porque en el Día de Canarias, se vivió en Madrid, copa a copa, en el espacio de Distribuciones Merino, en pleno Barrio de Salamanca. Y lo hizo con acento isleño, sí, pero también con una elegancia que no necesita subtítulos.
Allí nos reunimos con viticultores de Lanzarote, La Gomera y La Palma, que no traían ni catálogos ni discursos, sino vinos con carácter, historias de lava y arena, y una energía tan vibrante como un concierto en directo.
La forastera gomera que ya no es extranjera
Gloria Negrín, de Altos de Chipude, desde La Gomera, nos presentó a esa uva que ya no es forastera para nadie. Viñas prefiloxéricas rastreras, aferradas a pendientes del 60%, orientadas al sureste y protegidas bajo arena negra para sobrevivir a los alisios. Ya no se hace vino “por litros”, se hace con pasión y precisión. Con manos que podan como si escribieran poesía.
“Este año hemos podado dos chicas, porque los hombres no nos hacen caso y quieren seguir haciendo las cosas como antes.”
Gloria canta y cuenta. Y entre copas, nos demostró que se puede hacer vino heroico con tijera, humor y guitarra española. Su forastera ya no visita: vive, vibra y emociona.
Lanzarote: vino entre cenizas y estrellas
De ahí saltamos a Lanzarote, donde Carmelo, de Jable de Tao, nos recordó que aquí no hay dos vinos iguales. Hay que decir dónde nacen, cómo se vinifican y qué viento los acarició. Malvasía volcánica, Listán blanco, Diego y Listán negro, todos diferentes, todos con algo en común: el origen les da el acento, el viticultor les da el alma.
“El Listán negro es como un Barolo —dice Carmelo—. Duro al principio, pero dale tiempo. Luego enamora.”
Sus vinos son hermanos de crianza. Hablan el mismo idioma, pero con distintas inflexiones. Y la altitud lo cambia todo: en Lanzarote también se trabaja por encima de las nubes.
El Diego que no canta, pero se luce
Seguimos en la isla con Miguel Morales Morín, de Bodegas Tisalaya, que nos sirvió una copa de Diego. No el cantante. La uva. Criada en hoyos profundos, entre ceniza volcánica y viento que haría llorar a cualquier flor, su vino tiene nervio y un punto salvaje.
Como un héroe de Dune, este vino parece salido de otro planeta. Pero qué final le espera… Elegancia, equilibrio y carácter en botella. Nos quedamos con ganas de probar La Vegueta blanco y tinto, pero ya tenemos excusa para viajar.
La Palma: dulzura reinventada
En La Palma, Bodegas Teneguía nos sorprendió con su doble cara de Malvasía: dulce y seca. Antes todo era sobremaduración y azúcar. Ahora hay vendimias escalonadas y precisión aromática. Su Malvasía seca es pura elegancia, floral sin empalago, como si el volcán se pusiera perfume.
Catar estos vinos es casi como oler la isla. Como subir a la cima del Teneguía sin salir del salón. Como bailar un bolero entre lava y viñas.
Y ahí, entre brindis, Gloria volvió a cantar. Porque en Canarias, el vino no se explica. Se canta, comparte, baila. Y se bebe con respeto.
¿Por qué deberías beber estos vinos ahora?
Porque son vinos extremos, valientes y sinceros. Nacen de la lava, del viento y de la memoria. Están hechos por gente que cuida, lucha y celebra. Porque no te piden entenderlos: solo que los pruebes.
Y porque hay momentos, como este, en los que brindar con un vino canario es una declaración de amor a la tierra.