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Libros que saben a vino, una lectura por copa

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Hay libros que se leen como un trago largo de vino. Y hay vinos que te cuentan una historia, aunque no tengan letras. No es casualidad. Una novela con cuerpo te arropa como un tinto viejo. Un cuento ácido te despierta como un blanco joven. Y si una copa puede cambiar una noche, imagina lo que hace un libro.

Así que hoy, en mariacong.com, armonizamos palabras con uvas. Y no con cualquier uva: con las nuestras, con las que tienen acento, raíces y carácter. Lecturas con aroma. Vinos con trama. Porque beber y leer tienen algo en común: si lo haces bien, te cambia por dentro.

Empieza suave, como empiezan los domingos. Sirve un Albariño viejo, como Veiga Serrantes Maduro, y abre Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlín. Los cuentos son breves pero demoledores. Como ese trago que parece ligero y luego te deja pensando en tu madre, tu ex y tu cuenta bancaria. El Albariño no se anda con rodeos, Lucía, tampoco.

Y de repente te apetece algo con cuerpo. Porque la vida también pesa. Y ahí entra el Heritage Reserva, de Convento de las Claras. Un tempranillo, serio y clásico, como los dramas familiares que tanto nos enganchan. Pon en la mesa El invierno en tu rostro, de Carla Montero. Dos hermanos y una guerra. Un Rioja que pide decantador y paciencia. Leerlo con prisa sería como abrir la botella sin dejarla respirar: un crimen.

Después, por contraste, te lanzas al descaro. A ese vino que entra sin pedir permiso: la Garnacha, como Con Viento fresco. Fruta, frescura, una sonrisa pícara. Como Malas mujeres, de María Hesse. Ilustrado, salvaje y autobiográfico. Perfecto para leer con una copa en la mano y un altavoz sonando a Amy Winehouse o a las Grecas, según el día.

Y luego está el vino que se encuentra. Como la Mencía, César Márquez El Rapolao 2022, que huele a monte y nostalgia. Lee Ordesa, de Manuel Vilas. Te hará llorar con dignidad. La Mencía no se luce, pero emociona. Es para quienes han perdido cosas y aún brindan.

Te vas animando y abres un Verdejo. Malcorta 2023, de Bodegas Javier Sanz, es perfecto. Ese que siempre tienes en la nevera porque sabes que hay días tontos. Como los libros de Gómez-Jurado: rápidos, adictivos, inteligentes. Todo arde es como ese Verdejo que no dura ni una comida. Antes de que te des cuenta, se acabó. Y tú, con ganas de más.

Si lo tuyo es el dulzor barroco, la Pedro Ximénez, como Don PX Collection 1964, de Toro Albalá, es tu vino. Oscuro y denso, como los secretos familiares de El médico, de Noah Gordon. Viajes, recetas antiguas, culturas cruzadas. Es un vino que no se bebe: se mastica. Y un libro que no se pasa: se saborea.

Para tardes raras —de esas en las que te preguntas si haces bien en existir—, nada como un Godello. Prueba Brezo de Grégory Pérez Godello 2024. Ya nadie baila, de Elvira Sastre, será una perfecta armonía. Poesía afilada, amarga y brillante. Un vino blanco con alma. Ideal para escribir en los márgenes del libro con lápiz y algo de rencor.

¿Algo más internacional? Sirve un Syrah. Bodegas Vizar elabora uno español, que está muy rico. Ese vino que llega como un thriller: especiado, oscuro, envolvente. Mientras lo bebes, devora La chica del tren, de Paula Hawkings. Es como ver el capítulo de una serie con la copa en la mano, jurando que solo vas a ver uno más. Spoiler: no lo harás.

Y si el día pide alegría, ponte un espumoso. No prosecco, no champán. Cava, pero del bueno, por ejemplo, Kripta Brut Nature gran reserva. Y abre Un día, de David Nicholls. Ríes, lloras, te ríes mientras lloras. Como cuando las burbujas se suben a la cabeza y te pones a hablar con tu yo de 2005.

Y sí, también hay sitio para lo dulce y floral. El Moscatel, por ejemplo, Ariyanas
Naturalmente Dulce, mientras lees Persépolis, de Marjane Satrapi. Un cómic que parece inocente y te deja por los suelos. Como ese vino que tomas por goloso y resulta ser un golpe bajo. Sutil. Perfecto. Necesario.

Epílogo, porque esto es un libro y no un post de TikTok:

No se trata de emborracharse leyendo. Se trata de crear una ceremonia. Copa en mano, libro en regazo, móvil lejos. Ese momento en el que todo encaja. Como si la historia del vino y la literatura fueran la misma.

Porque a veces, lo mejor que puedes hacer un sábado por la noche es abrir una botella
y una novela. Y dejar que ambas te lleven donde tú aún no has llegado.

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