Hay estaciones que huelen a aftersun y otros que huelen a fracaso amoroso. La primera empieza en una terraza con neón y música de los ochenta. La segunda, en una playa donde el único contacto físico es con la crema solar factor 50. Porque seamos claros: no todos los destinos veraniegos son para ligar. Algunos son una pasarela de pieles bronceadas y miradas que arden como gin-tonics al sol. Otros, en cambio, son un retiro monástico donde hasta Tinder pierde cobertura y la única notificación que recibes es del banco.
En los buenos veranos, el amor o algo que se le parece fluye entre mojitos. Llámalo flechazo, llámalo error con nombre propio en tu móvil. Da igual. Lo que importa es elegir bien el escenario, porque no es lo mismo buscar una aventura en un festival que en una cala familiar donde la música más atrevida es la flauta de Pan de un vendedor ambulante.
Si buscas emociones rápidas, Ibiza sigue siendo el Vaticano del ligoteo. No la Ibiza de los flotadores con forma de unicornio para postureo, sino la de los beach clubs donde los DJs mezclan miradas con drops de house. Pacha, Ushuaïa, o cualquier terraza donde las caipirinhas se sirven en cubos y las historias duran lo que un estribillo de Calvin Harris. Allí el romance es como las luces estroboscópicas: breve, brillante y probablemente una mala idea.
Para quienes prefieren algo más urbano, las azoteas de Madrid en agosto son un safari para solteros. Entre copas de albariño servidas como si fuesen isotónicas y charlas sobre The Bear o The last of us, las conversaciones se transforman en intercambios de números más rápido de lo que sube el termómetro. Todo mientras la ciudad, vacía y ardiente, se convierte en un escenario para aventuras que no requieren billete de avión.
Y si el cuerpo pide desorden, los festivales de verano son Disneyland para adultos que todavía creen en el amor a primera canción. En Mad Cool, BBK o el FIB, cantar un himno de los Arctic Monkeys con un desconocido puede llevarte a compartir cerveza caliente, pulsera fosforita y algo más. Es el “verano del amor” de Grease, versión Spotify Premium.
No todos los lugares invitan al roce. Los resorts familiares de la Costa del Sol, por ejemplo, son el equivalente a una reunión de antiguos alumnos… pero con más gritos y menos alcohol. Mientras los niños convierten la piscina en una batalla naval con flotadores XXL, tú bebes un mojito aguado mirando al horizonte, preguntándote si pedir otro ron con cola es socialmente aceptable antes del mediodía.
Luego están los pueblos donde el bar cierra a las diez y la única fiesta es la misa dominical. Lugares perfectos para fotografiar atardeceres y comer cochinillo, pero no para encontrar compañía. Allí, el único “match” posible es con la botella de vino de la cooperativa, fiel, barata y sin ghosting.
Y, en el último escalón del “anti-ligue”, los retiros de yoga y silencio. Puedes descubrir tu paz interior y, con suerte, la elasticidad perdida, pero no esperes intercambiar algo más que posturas de meditación. La fricción más intensa será con la esterilla.Aquella pareja del concierto de Coldplay es la metáfora perfecta. El verano convierte cualquier noche en una comedia romántica… o en un episodio de La que se avecina. Y a veces, ambas cosas a la vez. Las cámaras no perdonan, las redes tampoco, y el amor de temporada siempre viene con banda sonora. De Viva la Vida a Despacito, pasando por cualquier remix imposible que suene a las cuatro de la mañana.
Pero también deja una enseñanza: más allá del ligue, el verano para solteros puede ser un ejercicio de hedonismo bien entendido. Chiringuitos con bodegas serias, como los de Zahara de los Atunes, donde el atún rojo y una manzanilla fría te reconcilian con la vida. O escapadas urbanas a Bilbao o Valencia, donde entre bares de vinos y conciertos improvisados, siempre hay alguien dispuesto a brindar.
Y si prefieres huir del circo social, no pasa nada: organiza tu propio retiro pagano. Un hotel con spa, una lista de reproducción con clásicos ochenteros, una botella de champán (del de verdad, que uno no está para ahorrar emociones). Brinda contigo mismo mientras suena Boys of Summer, y ríete del mundo.
El verano es ese amigo impredecible que unas veces te invita a tequilas y otras te deja solo con un tinto de verano y un sudoku. La clave está en elegir bien el escenario: si quieres romance, busca donde la música y los mojitos fluyen. Si prefieres paz, huye de los festivales y las piscinas con flotadores. Y si acabas en la pantalla gigante de un concierto con alguien que no es tu pareja, sonríe. Porque toda anécdota veraniega, para serlo de verdad, necesita un poco de escándalo.