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Los arroces que nos hicieron felices (y los que siguen haciéndolo)

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Hay platos que no se comen, se recuerdan.Y en España, ese lugar de honor lo ocupa el arroz: una religión con cucharón. Cada cucharada es una historia, cada socarrat, un verso dorado. Porque un buen arroz no solo alimenta: emociona, reconcilia y nos hace cerrar los ojos con una sonrisa tonta.

Aquí van muchos de esos lugares donde disfrutar de esta delicia:

Arroz con caracoles, conejo y memoria: Cadaqués

📍 Calle Jorge Juan 35, Madrid


En Cadaqués se entiende el arroz como un paisaje: fuego, paciencia y alma levantina.
Su arroz con conejo y caracoles es un homenaje a la tierra, al humo y a la tradición del interior valenciano.

Lo preparan con leña, como mandan los cánones, y ese fondo intenso que parece contar historias de domingo. Aquí el arroz no se hace rápido: se conquista, como el corazón. Y sí, es de esos sitios donde el silencio al primer bocado es más elocuente que cualquier crítica gastronómica.

Berlanga: el adiós más amargo (Madrid)

📍 Avenida de Menéndez Pelayo, 41 – Frente al Retiro

Hay cierres que duelen, y el de Berlanga fue uno de ellos. El restaurante de José Luis Berlanga, hijo del cineasta, fue un refugio para los amantes del arroz bien hecho.

Sus paellas valencianas, con pollo, conejo y garrofó, eran puro respeto al origen. En septiembre de 2025 colgó el cartel de “hasta siempre”, dejando huérfanos a quienes sabíamos que allí el arroz tenía alma y guion propio. El recuerdo de su arroz albufera o el de costra sigue vivo en cada mesa que aún habla de él.

Samm: el arroz que nunca falla

📍 Calle Carlos Caamaño 3, Madrid – Chamartín
Hablar de arroz en Madrid es hablar de Samm. Décadas de experiencia, fuego controlado y una clientela fiel que lo defiende con fervor casi religioso.

Su arroz del senyoret, su al horno o el meloso con bogavante son leyenda. Aquí se viene a comer arroz de verdad, no a hacer postureo. Y si alguien te dice que “en Madrid no hay buen arroz”, es porque no ha estado en Samm.

Casa Elías (Xinorlet, Alicante): el de los sarmientos y la paciencia

📍 Calle Rosales 7, Xinorlet (Monóvar)


En el interior de Alicante, lejos de la costa y del turismo, Casa Elías guarda el secreto del fuego perfecto. Sus arroces con conejo y caracoles se cocinan sobre sarmientos, leña pura, lo que da ese sabor a tierra, humo y nostalgia que ningún restaurante urbano puede imitar. Es una experiencia más que una comida: la misa dominical del arroz.

Casa Carmela (Valencia): la leña del paraíso

📍 Calle Isabel de Villena 155, Valencia


Dabiz Muñoz lo dijo sin temblar: “la mejor paella del mundo”. Y tenía razón. En Casa Carmela cocinan solo con leña de naranjo, y eso deja una huella de humo y dulzura que enamora. Las brasas son las mismas desde hace generaciones, y los arroces, una poesía en el paladar. El de marisco, el valenciano o el de fesols y naps son pura identidad valenciana servida con orgullo.

La Mar Salada (Barcelona): arroz frente al mar y sin artificios

📍 Passeig Joan de Borbó 58-59, La Barceloneta


La Mar Salada hace lo que muchos prometen: un arroz honesto, con producto fresco, sin truco ni decorado. El “mar y montaña” es sublime, el de sepia y alcachofas, un abrazo en plato. Aquí el arroz huele a mar, sabe a Barcelona y se disfruta como una puesta de sol frente al Mediterráneo.

Arrozante (Sevilla): el sur también sabe hacerlo

📍 Dentro de los hoteles Barceló – Sevilla, Granada, Cádiz…

El proyecto Arrozante, dirigido por maestros arroceros valencianos, está conquistando Andalucía. Arroces secos y melosos, con caldos profundos y ejecución impecable. Porque en el sur, donde el tiempo se mide a compás, el arroz también se cocina con duende.

Y algunos clásicos eternos

  • Restaurante Navarro (Valencia): cocina familiar, trato impecable, arroz siempre en su punto.
  • El Palmar (Valencia): la cuna del arroz junto a la Albufera, donde se inventó la paella.
  • Casa Salvador (Cullera): un templo histórico con vistas al mar, abierto desde 1950.
  • Nou Manolín (Alicante): barra legendaria, arroz magistral.
  • El Canyar (Valencia): elegancia, servicio clásico y arroz que huele a gloria.

Cómo reconocer el buen arroz (sin ser chef ni valenciano)

  • No hay colorantes. Si brilla como un semáforo, desconfía.
  • El socarrat manda. Si no cruje, no vale.
  • No hay prisa. Un buen arroz tarda. Y merece la espera.
  • El grano habla. Debe estar firme, suelto, con alma.
  • El camarero sonríe. En los templos del arroz, el servicio es parte del ritual.

Por los que siguen y por los que se fueron. Por los arroces que nos hicieron felices y los que aún nos esperan. Porque España huele a sofrito, a leña y a sobremesa. Y porque cuando el arroz está en su punto, la vida también lo está.

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