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El restaurante del mundo en cuatro días

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Los franceses, que llevan siglos diciéndonos cómo se come y cómo se ama, han desembarcado en Asturias, no para hacer la revolución ni escribir novelas con acento grave, sino para montar un restaurante. Se llama Native, queda en Lastres y es el lugar donde la sidra baila con tacos, el marisco se codea con quesos galos, y los parroquianos brindan en francés sin dejar de decir “¡guaje!”. Es como si Émile Zola hubiera abierto un chigre.

Mientras tanto, en Bilbao, la brasa humea con aires de videoclip. Se llama Tolón Tolón (sí, como la vaca de la canción), y allí te sirven un chuletón de kilo y medio como si fuera la corona de hierro lombarda. Lo ha probado ese TikToker que lo cambia todo con una mueca: Cenando con Pablo. Que no es Umbral, pero oye, arrastra más votos que muchos políticos en julio.

Y en Malasaña, claro, han decidido que el sushi ya no se come. Se navega. Te sirven los makis en un barco de madera como si fueras el almirante Yamamoto antes de arrasar Pearl Harbor. El restaurante se llama Sákale, que suena a reguetón gourmet, y por 70 euros te montan una cena fusión que parece una playlist de Spotify: mexican trap meets J-pop.

Pero si hay alguien que ha elevado la tapa a fenómeno geopolítico, esa es Jennifer López, que ha decidido cenar en La Ultramar, la taberna de Xosé Cannas en Pontevedra. Cinco euros la tapa. O sea, la versión gallega del sueño americano. Jennifer, como siempre, llega antes.

Y mientras tanto, en Madrid, la gastronomía de verdad se cuece a fuego lento en Montia, donde reinterpretan los callos como si fueran sinfonías. No hay influencers, no hay faranduleo. Solo sabor y una memoria gustativa que huele a casa de abuela ilustrada.

Ahora bien, el país anda alterado no por la cocina, sino por los sobres. No los de Bárcenas, no, los de azúcar monodosis, que pasarán a mejor vida. Vuelve la azucarera de bar, esa reliquia de cristal donde siempre alguien metía la cucharilla con resaca. A esto lo llaman sostenibilidad, pero es puro costumbrismo reciclado.

Y en paralelo, la FAO sube el precio de la leche, la carne y el aceite, como si estuvieran grabando La que se avecina en Mercamadrid. El cereal y el azúcar bajan, pero como no nos alimentamos de galletas de trigo sarraceno, toca apretarse el cinturón… y aflojarlo después del entrecot.

Mientras, en Baleares, los hosteleros lloran. La cerveza se ha puesto tan cara que los turistas británicos vuelven a Londres a beber por nostalgia. Eso sí, 100 Montaditos conquista Miami, como si el pan de pueblo fuera la nueva baguette de Florida.

Y desde Acyre, Eduardo Casquero nos lo dice sin rodeos: nos vamos a hartar de hamburguesas. Que ya ni son de ternera ni gourmet. Son bolas de ansiedad con pan brioche.

 Recomendaciones finales (porque uno tiene que comer… y presumir)

🍽️ Si vas al norte, reserva en Native. Y si no comes bien, al menos aprenderás a decir “croissant” con sidra en vena.

🔥 En Bilbao, pide el tuétano con tartar de Tolón Tolón. No hay plato más poético y bárbaro al mismo tiempo.

🍣 Si eres de los que ponen velas a Frida Kahlo mientras ven anime, ve a Sákale y saca el móvil. El sushi es para comer… y para posturear.

🥂 Brinda como JLo en La Ultramar. Es la única forma de que te miren raro y bien a la vez.

🥄 Y cuando veas una azucarera en tu café, no llores. Hazle una foto, que eso también es patrimonio emocional.

En fin, que el mundo gira, los precios suben y los platos se fusionan. Pero hay algo que nunca cambia: el gusto de sentarse a la mesa con ironía.

¿Y tú? ¿Ya has pedido mesa o vas a seguir comiendo titulares?

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