España abre el periódico como quien abre la nevera de madrugada: con miedo a que salte un táper vengativo. Semana del Desarme, dicen en la ONU, y una mira el mundo con esa sonrisa de foto de carnet. Gaza firma un alto el fuego que cojea, Ucrania sigue oyendo zumbidos de drones, y en Taiwán las tropas hacen instrucción con la llave inglesa del vecino. Desarme, sí, pero de hipérboles y testosterona. A ver si desarmamos primero los adjetivos, que con las balas ya llegaremos tarde.
Como cada octubre que se respeta, llega la Noche del Diablo, prólogo pagano de la carcajada, y la política se prueba máscaras en el pasillo. En España, Junts decide si se viste de fantasma que asusta a Sánchez o de sábana planchada que le cubre la investidura. Esto no es “truco o trato”, es “trato y truco”. Primero la cláusula, luego el susto. La aritmética parlamentaria se parece mucho a esa Noche de Refrigerador Embrujado. Abres la puerta, te cae encima la fiambrera del 78 y te preguntas por qué sigues guardando restos que nadie se atreve a tirar.
El planeta, entretanto, ensaya coreografías urbanas para el Día Mundial de las Ciudades. Las metrópolis bailan un ballet con casco. Transporte, vivienda, clima y mosquitos. La OMS perfecciona sus manuales para emergencias mientras el dengue se comporta como un vecino sin ascensor. Sube y baja, pero siempre llama. H5N1 saluda desde la puerta del corral y la malaria trae, al fin, una vacuna que es como cambiar las bombillas del portal. No arregla el edificio, pero deja de parecer película de terror. Las ciudades, hoy, son la patria posible; el resto es el prefijo telefónico.
Hablando de patrias comestibles: el Día Internacional del Arroz debería celebrarse con una paella prudente y un índice de precios responsable. El FMI nos recita un 3 y pico de crecimiento mundial, esa cifra que ni se casa ni se muere, mientras la inflación en la zona euro se sienta a dieta mediterránea. En España, el IPC hace abdominales y las reservas de agua juegan a la ruleta rusa con las nubes. Por eso conviene brindar también por la humilde patata, Día Nacional de la Papa, que en Perú es como el cumpleaños de la abuela. Tubérculo del perdón que apaña cenas y presupuestos. Si fallan las cosechas, siempre quedará el Día de los Alimentos Silvestres. Ese picnic de última hora en el que uno aprende que la economía es lo que crece entre las grietas.
Hay quien prefiere maíz a todo. Día Nacional del Maíz Dulce, que suena a sobremesa americana con mantel de cuadros y a Clásico con guarnición. El Real Madrid ganó al Barcelona por la mínima cortesía del viejo oficio. Palomitas blancas, regusto a grada, y la Liga que se peina ante el espejo. El Barça, que antes era una mazorca infinita, hoy mastica granos sueltos con paciencia de dentista. Europa nos espera en Champions como una abuela en el portal. Si llegas tarde, te mira; si pierdes, te da sopa caliente.
Volvamos al laboratorio, que también es teatro. Google presume de qubits que hacen piruetas, el Quantum Echoes, y uno imagina a los Nobel del año en el palco, aplaudiendo con guantes blancos. Los de Medicina por domar linfocitos, los de Física por electrificar circuitos, los de Química por construir MOFs que son catedrales de la materia. Todo muy Día Mundial del Ballet: puntas, arabesques y una barra que en realidad es un acelerador de partículas doméstico. La ciencia es baile de salón, la política es pogo de garaje. Y en medio, la fusión que promete luz barata “para la década que viene”. Esa década que se mueve como la línea del horizonte cuando uno está cansado.
La cultura, noble animal urbano, se pasea con tacón prudente. Los Premios Princesa de Asturias juntan a escritores, deportistas y banqueros reformados como en una cena con protocolo y vino sin selfie. En San Sebastián, Alauda Ruiz de Azúa se llevó la Concha de Oro con Los domingos. Esto es como recordar que el cine sigue siendo misa laica si el guion tiene pecado venial. Y ya que hablamos de templos, permítanme un rezo por el Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas. En un mundo que se hace el valiente con seudónimo, aún hay reporteros que firman con su nombre y pagan con su cuerpo. Brindemos por ellos con vinagre, que esta semana también tiene Día Nacional del Vinagre. Ese amargo necesario que evita que la historia se nos ponga pocha.
A la economía la sazona la canela o la corta el vinagre, según el paladar. Con Día Nacional de la Canela uno diría que los mercados huelen a postre, pero cuidado: el azúcar quema. Mejor una pizca justa para que el BCE no se nos ponga diabético. La canela es ese titular bonito que endulza la estadística. El vinagre, la letra pequeña que impide el empacho. Entre ambos se escribe el BOE: una natilla con posdata.
Y ya que también tenemos Día Mundial del Vegano, convendría vegetar un rato las ansias. El planeta nos pide menos humo y más huerta. No hace falta hacerse converso de la col rizada; basta con admitir que la factura energética es ese camarero que siempre vuelve con la cuenta cuando la conversación se ponía interesante. El arroz y la papa, otra vez ellos, son la economía real: lo que se come o no se come, lo que sube o baja en el ticket. Todo lo demás son metáforas con corbata.
Somos país de ciudades que escriben versos en prosa administrativa: metro que llega, alquiler que no, carril bici que sí, acera que quizá. El Día Mundial de las Ciudades debería celebrarse con un urbanismo que sepa de sudores y de sombras, porque la sombra también es un derecho.
Cierro el kiosco con una última imagen: la noche de Halloween, sí, pero con linterna. En la nevera del país hay arroz para mañana, patatas que resisten, un bote de vinagre que no caduca y un toque de canela para recordar que la vida, cuando no se dramatiza, también sabe a postre. El resto es pura coreografía: qubits que hacen grand jeté, ministros que improvisan zapateado, periodistas que no apagan la luz y ciudades que, pese a todo, siguen ensayando el paso de peatón como si fuese una cuerda floja.
La Semana del Desarme se nos irá como se va todo: con un ruido de cajón. Ojalá dejáramos dentro, bien ordenadas, las pistolas semánticas. Y que, cuando volvamos a abrir la nevera, no nos salte la geopolítica a la cara, sino un maíz dulce de temporada, que es la victoria posible: masticable, cotidiana, sin épica… y con su pizca justa de ironía.




