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Semana Santa, platos y sus versiones light

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La Semana Santa, esa época del año donde se mezcla el incienso con el bacalao, la fe con la fritura y la penitencia con el empacho, llega puntualmente como cada primavera. En algún rincón de nuestra memoria colectiva, retumban tambores, se oyen saetas y alguien dice: “¿hay potaje de vigilia?”

Como cronista de mi tiempo —y cocinillas ocasionales a la fuerza de tanto menú de Jueves Santo—, me veo en la necesidad, o más bien en el deber moral, de analizar con tierna ironía las tradiciones culinarias de estas fechas. Y de paso, insinuar que aunque uno se confiese fervorosamente devoto del bacalao rebozado, quizá ya va siendo hora de redimir al estómago. Con platos tradicionales, sí, pero que no pidan procesión tras el postre.

El potaje de vigilia: legumbre en versión redención

Hermanos y hermanas del garbanzo: el potaje de vigilia sigue siendo el rey de la Semana Santa. Garbanzos, espinacas y bacalao desmigado. Plato de monjas, de abuelas y de penitentes hambrientos. Pero que no nos engañe su aire humilde: la digestión puede durar más que una procesión sevillana bajo la lluvia.

Versión saludable: menos aceite, más espinacas frescas, garbanzos cocidos con cariño (no de bote, por favor), y bacalao desmigado al vapor.

Va bien con: Un blanco como Marqués de Riscal Verdejo 2024 100% Organic, por aquello de compensar la seriedad del plato con algo de frescura.

Las torrijas: placer con culpa, pero sin confesar

La torrija es, quizás, el postre más confesable y pecaminoso a la vez. Pan duro, leche, azúcar, canela y baño de aceite. Ríanse ustedes de las tentaciones del desierto.

Versión saludable: torrija sin freír, flambeada y con menos azúcar. El resultado no es el mismo… pero no está nada mal.

Acompañar con: Una copa de Ariyanas Naturalmente Dulce. Un elegante moscatel dulce: fresco y mineral, porque hasta el pecado necesita compañía.

Bacalao en sus mil formas

El bacalao es al Viernes Santo lo que el gin-tonic al sábado noche: inevitable. Frito, al pil-pil, con tomate, con pisto, con pimientos, en buñuelos… Y en cada versión, una invitación a la siesta sacramental.

Versión saludable: al papillote, con hierbas frescas, un toque de limón y verduras al vapor. Sabe a redención con aroma de primavera.

Armoniza con: Una botella de Mar de Frades Finca Valiñas. Un albariño que habla de mar y sal, pero con sutileza.

La mona de Pascua: cuando el azúcar toma el altar

La mona, es ese dulce típico de Pascua que los padrinos regalan en Cataluña, y que parece salido de una subasta de pastelería barroca. Huevos cocidos incrustados en bizcocho, o figuras de chocolate que ni en el Museo del Prado.

Versión saludable: bizcocho casero con harina integral, sin mantequilla, y cobertura de chocolate negro al 85%. No será igual… pero tampoco lo es el colesterol a los 20 y a los 50 años.

Perfecto con: Un Gamberrillo Blanc 2019, una garnacha blanca que te va a sorprender.

La Semana Santa, como toda tradición que se precie, tiene algo de liturgia, algo de teatro y mucho de sobremesa. Y aunque uno adore ver pasos por la tele, escuchar marchas en la plaza o llorar con una buena saeta, también hay que cuidar el cuerpo.

Así que, en este artículo, que no busca convertir a nadie, pero sí provocar sonrisas, les propongo algo: vivan la Semana Santa con devoción… pero también con una buena digestión.

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