Mucho antes de que existieran las guías de maridaje, Shakespeare ya mezclaba vino y drama con una naturalidad pasmosa. Y no, no lo hacía porque tuviera una viña en Stratford-upon-Avon (aunque no le habría venido mal). Lo hacía porque el vino era más que bebida: era un símbolo, un catalizador, un personaje más en sus obras.
“Good wine is a good familiar creature”
Esta frase de Othello no deja lugar a dudas. Para Shakespeare, el vino era un buen compañero de escena, como lo eran la daga en Macbeth o el pañuelo en Othello. En más de 37 obras, el bardo de Avon menciona el vino más de 150 veces. ¡Y eso sin contar las veces que lo beben sin decirlo!
Pero, ojo, no todo era vino fino. En los textos aparece de todo: claret (vino tinto de Burdeos), sack (antepasado del jerez), malmsey (malvasía dulce) y hasta “canary wine” (un vino dulce de Canarias, sí, de las islas). ¿Shakespeare bebiendo vino español? Pues parece que sí, al menos sus personajes.
El sack: la copa favorita de Falstaff
Si alguien debería tener una D.O. propia es Sir John Falstaff, ese gordo encantador que aparece en Henry IV y The Merry Wives of Windsor. Su lema vital podría resumirse así: “Comer, beber y soltar monólogos eternos sobre el sack”.
El sack es probablemente el vino más citado por Shakespeare. Y no era otra cosa que un jerez seco, importado desde España y muy popular entre los ingleses del siglo XVI. Lo bebían para todo: para el frío, para la guerra y hasta para olvidar que no había cerveza fría.
Falstaff decía que el sack “ilumina la cara, calienta el alma y da valentía”. Lo que viene siendo un buen fino de Jerez, pero con discurso de coaching emocional incluido.
El vino como metáfora
En Shakespeare, el vino no solo se bebe: se sugiere, se insinúa, se lanza como puñal dialéctico. En Romeo y Julieta, el veneno que mata a Romeo llega en una copa. En Macbeth, el vino adormece a los guardias mientras el crimen se sirve frío. En Hamlet, el vino es trampa, traición y epitafio.
Y sin embargo, también hay copas de vino que significan amor, placer, generosidad o amistad. En The Winter’s Tale, uno de los personajes dice: “Be merry and drink wine, for tomorrow we may die”. Como un YOLO renacentista, pero con copa en mano.
¿Pero Shakespeare bebía?
Aquí entramos en el territorio del chismorreo literario. Se sabe que en su testamento dejó una cama a su mujer, pero de vino, poco. Sin embargo, los registros fiscales muestran que compraba malvasía, que en su época era un vino dulce muy valorado. Además, tenía acciones en el Globe Theatre, donde el vino se vendía como si fuera palomitas de maíz en versión líquida.
Así que sí: probablemente bebía, y bien. No era un borracho, pero tampoco un abstemio. Más bien un hombre que sabía que cada copa tenía su escena.
Y tú, ¿eres más Falstaff o más Hamlet?
Porque aquí es donde empieza la parte interactiva. Si eres de los que buscan vino para filosofar, eres Hamlet. Si te gusta brindar antes de cada batalla (aunque sea una reunión de Zoom), eres Falstaff. Si lloras con una copa de malvasía viendo Titanic, eres Julieta. Y si bebes canary wine con orgullo patrio, eres fan de las D.O.P.
Conclusión: el vino, ese personaje invisible
A Shakespeare no se le escapaba nada. Y si el vino aparece tantas veces en sus obras no es por casualidad. Era el lubricante social, el lenguaje universal, el espejo del alma… o simplemente la excusa perfecta para soltar una frase lapidaria antes del acto final.
Así que la próxima vez que descorches una botella, piensa que estás invocando al mismísimo William. Y recuerda: el drama está en la copa.