El verano es ese ansiado momento del año donde todos, exhaustos por los quehaceres anuales, nos lanzamos en masa hacia las playas y piscinas en busca de paz, sol y un merecido descanso.
Sin embargo, lo que para unos es un oasis de tranquilidad, para otros es el campo de batalla donde demostrar su destreza con la pelota o su capacidad para ocupar el mejor lugar bajo el sol.
La mañana comienza con la primera gran competición: asegurar un lugar en la primera línea de playa. La imagen de familias enteras alzando sombrillas como si fueran estandartes medievales es ya un clásico. Pero no te equivoques, aquí no hay reglas. Un espacio vacío puede ser reclamado por cualquiera con la suficiente audacia, y los conflictos, aunque velados, son inevitables.
Pero si lograste ganar la primera línea, no cantes victoria. Estás a punto de enfrentarte al verdadero desafío del verano: las pelotas. La frase de la canción de Serrat “Niño, deja ya de joder con la pelota” debería ser el himno oficial de las playas y piscinas. Porque no es solo una cuestión de espacio, sino de sobrevivir a una lluvia constante de balones que, como meteoritos, amenazan con truncar tu ansiado momento de paz. Y cuando te atreves a no devolver una pelota, el drama está servido. Pero ¿y los padres? Ellos se convierten en los “cuerpos anchoa”, con una motivación deportiva que ni en el gimnasio se ve. Parece que las vacaciones son su única oportunidad de mostrar al mundo lo atléticos que podrían ser… si se lo propusieran.
Ante tal panorama, decides buscar refugio dándote un paseo por la orilla, esperando que el mar y la brisa sean más benevolentes. Error, aquí te espera la yincana playera. Una serie de obstáculos complicados de sortear. Niños enterrados en la arena (¿será un método de tortura moderna?); tronos de lona colocados justo donde las olas rompen, y, por supuesto, los expertos en palas veraniegas. Un deporte, que, por alguna razón, debe ser practicado al borde del mar. Y no, no esperes que alguien se retire para que puedas pasar. Esa zona es “territorio comanche”.
Tampoco podemos olvidar el pintoresco atrezzo playero. Ya lo mostraba Pérez Siquier en sus fotografías: sombrillas que son un anuncio andante de cerveza, estampados que desafían la lógica del buen gusto y carpas familiares con aroma a fritanga. A veces, este espectáculo multicolor es suficiente para sacarte una sonrisa, aunque también te lleva a cuestionar si alguna vez volverás a ver la arena sin obstáculos visuales.
Y por si el despliegue visual no fuera suficiente, súmale la banda sonora veraniega: música a todo volumen, que parece competir con las olas del mar. Las carpas se transforman en discotecas improvisadas a cualquier hora, asegurando que la paz sea solo un lejano y añorado recuerdo.
En el fondo, el problema no son las pelotas, ni los deportes, ni siquiera el ruido de fondo. El verdadero problema es la falta de civismo y consideración. Si todos pusiéramos más esfuerzo en no molestar al prójimo, quizás nuestras vacaciones de verano serían lo que realmente deseamos: un descanso. Hasta entonces, al menos nos queda el consuelo de saber que no estamos solos en esta lucha.