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Vino submarino, la crianza más cool del planeta (y del fondo del mar)

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Imagina un vino que ha pasado parte de su vida a 30 metros bajo el agua. No en una bodega con vistas, no. En el fondo del mar. Oscuro, frío y con peces pasando por al lado como si nada. Lo que hace años era ciencia ficción (o un accidente de barco), hoy es la última tendencia en enología de precisión. Y España está a la cabeza.

Todo empezó con un naufragio. En 2010, unos buzos encontraron en el mar Báltico un tesoro: botellas de  Veuve Clicquot-Ponsardin, Heidsieck y Juglar, con más de 170 años, perfectamente conservadas. Los vinos estaban tan bien que los catadores dijeron: “aquí hay algo”. Y entonces, la industria del vino se sumergió, literalmente.

Pero… ¿por qué sumergir el vino?

Porque debajo del mar hay una calma que en tierra no existe. Las bodegas submarinas buscan condiciones ideales, casi de ciencia ficción, pero totalmente reales:

  • Una temperatura constante, entre 10 y 15 grados, como si el vino viviera en una cava con aire acondicionado natural.

  • Una presión elevada que aprieta, sí, pero estabiliza la botella y favorece reacciones suaves y controladas.

  • Una ausencia total de luz, de ruido, de selfies con copas. Solo silencio.

  • Un movimiento continuo y delicado, como si el vino estuviera meciéndose en una cuna salada.

  • Y una ligera microoxigenación gracias a la salinidad del agua, que hace que los taninos se relajen, las notas frutales se integren y la textura se vuelva más sedosa.

No lo decimos nosotros: lo dice la ciencia. Y lo confirma Israel Padrino, creador de Viña Maris, que lo cuenta así: “Tres meses en el lecho marino a 30 m equivalen a siete u ocho años en botella tradicional.” Sí, has leído bien: el vino se convierte en un acelerado zen. Evoluciona sin estrés, sin sobresaltos, sin catas de grupo. Solo él, el tiempo y el mar.

Las estrellas del vino marino

Viña Maris, Calpe

Vina-Maris

En Calpe, Alicante, Israel Padrino, buzo e ideólogo de este tinglado, decidió crear la primera bodega submarina del Mediterráneo. Usó vinos de Enrique Mendoza, como el Monastrell y el Chardonnay, y los envió al fondo durante meses. Hoy sumergen unas 10.000 botellas al año. Y no es solo vino: también es experiencia. Puedes bucear, sacar tu propia botella y beberla en un barco. Lo más parecido a ser un pirata con buen paladar.

Las botellas cuestan entre 60 y 120€, y han sido premiadas con medallas de oro, 95 puntos Gourmets y 93 en Wine Spectator. En serio, no es postureo: están buenísimas.

Crusoe Treasure, Plentzia

Escaramujo wines

En el Cantábrico, frente a Plentzia, Borja Saracho creó una de las primeras bodegas submarinas del mundo. Diseñó un arrecife artificial y metió botellas de tinto que evolucionan durante 6 a 18 meses a 20 metros de profundidad.

Tienen nombres épicos como CT Classic y CT Passion, y puedes hacer catas comparativas entre el vino criado bajo el mar y el que se quedó en tierra firme. Spoiler: el del mar suele ganar.

Bodegas Habla, en silencio bajo el mar

Habla del mar

Sí, también Habla se ha lanzado al océano. Famosa por su diseño minimalista, etiquetas numeradas y vinos que parecen perfumes de autor, esta bodega extremeña no quiso quedarse fuera de la ola submarina. Su proyecto, discreto pero elegante como todo lo suyo, apuesta por ediciones limitadas de su tinto premium sumergido en jaulas marinas durante meses, buscando esa evolución lenta, sofisticada, casi zen.

La botella sigue siendo preciosa, pero ahora viene con corales pegados. Y el vino, con más profundidad que un monólogo de Phoebe Waller-Bridge.

 Otros que también juegan a Neptuno

  • Luis Pérez en Cádiz, con ánforas sumergidas.
  • ElixSea en la Costa Brava, con vinos certificados por DO.
  • Escaramujo Wines en Estepona, que además promueve la biodiversidad submarina.

¿Y esto cuánto cuesta elaborarlo?

Mucho. Las jaulas marinas, los permisos, los buceadores y los sellos especiales no salen baratos. Pero el retorno también es interesante: hablamos de botellas premium que se venden entre 60 y 185 €, con una historia potente, una estética marina que enamora y una experiencia de marca que ya quisieran muchas startups.

Y no nos engañemos: esto no es solo vino. Es marketing. Es enoturismo con salitre. Es innovación con sabor a aventura.

¿A qué sabe el vino del fondo del mar?

Depende. Pero suele ser redondo, fresco, con una textura suave y notas minerales. Los espumosos ganan burbujas delicadas y mousse elegante. Los tintos pierden aristas y ganan volumen. Algunos dicen que hasta se vuelven más melódicos. Como si les cantase la Sirenita.

¿Modas o revolución?

Hay algo de ambas cosas. El vino submarino es tendencia, sí. Pero también es una respuesta científica a cómo evolucionan los vinos fuera de los métodos tradicionales. Es una mirada hacia el futuro. ¿Lo siguiente? Vinos criados en gravedad cero o en cuevas lunares. Pero por ahora, el mar nos basta.

En el universo del vino, pocas cosas suenan tan surrealistas y apetecibles como esto: una botella que ha madurado entre corales, peces y estrellas de mar. España se lanza de cabeza (con botella en mano) a esta aventura vinícola. Y tú, ¿te atreves a probar un sorbo de océano?

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