Hay quien se lleva una manta al avión. Otros, una botella de agua al gimnasio. Pero en 2019, un grupo de franceses decidió ir un paso más allá y se preguntó: “¿Y si llevamos vino al espacio?” Pero no un vino cualquiera. No un tinto de mesa ni un bag in box con pretensiones. No. Un Château Pétrus 2000. Precio medio: 5.000 €. Y destino: la Estación Espacial Internacional. Porque si vas a estudiar el futuro de la enología en órbita, lo haces con estilo. Y con taninos.
Detrás del experimento estaba la empresa Space Cargo Unlimited, que subió a bordo de una cápsula Cygnus nada menos que 12 botellas del célebre vino bordelés. Las dejó allí, flotando a 27.000 km/h durante más de un año: 14 meses orbitando la Tierra, viendo más amaneceres que tú en tres vidas y escuchando el silencio cósmico. ¿Ciencia o capricho millonario? Ambas cosas, y un poco de poesía embotellada.
Al regresar a la Tierra en enero de 2021, las botellas pasaron por el paladar de un panel de catadores muy terrenales. ¿El veredicto? El vino espacial era diferente. Más floral. Con taninos más suaves. Un color ligeramente más anaranjado. Y una textura que alguien definió como “más redonda, como si hubiera hecho yoga orbital”. Porque sí: el vino también evoluciona en el espacio. Y, aparentemente, bastante bien.
Pero el experimento no se quedó ahí. Se subastó una de esas botellas en Christie’s —la casa de subastas que huele a ópera y a gente con mayordomo— y se vendió por más de un millón de dólares. Así, sin despeinarse. Por una botella que flotó junto a astronautas y tuiteó mentalmente “esto no es postureo, es ciencia”.
Y no solo fueron botellas: también se enviaron cepas de vid. Tallos, plantas, esquejes… todo lo necesario para fundar un futuro viñedo en la Luna. ¿Por qué no? Si vamos a vivir en Marte con Elon Musk, más vale que haya algo decente que beber. Los esquejes que volvieron demostraron un crecimiento más rápido que los de tierra firme. ¿Estamos ante los primeros pasos del vino galáctico? ¿Cabernet Cosmos? ¿Albariño Vía Láctea? La imaginación se nos va, pero la ciencia ya está ahí.
Lo cierto es que este experimento no es solo un golpe de efecto. Es investigación seria, avalada por universidades y organismos científicos. Pero también es un relato emocionante sobre lo que viene: un vino que no entiende de fronteras, ni siquiera planetarias. Un brindis que va más allá de la atmósfera, directo a las estrellas.
Así que sí, es verdad: ya se ha llevado vino al espacio. Y no fue una ocurrencia de un enólogo con jet lag. Fue una apuesta por entender cómo evoluciona algo tan terrenal como el vino cuando lo liberas de la gravedad. Una forma de preguntarse si el terroir puede ser también interplanetario.
Ahora, solo queda una pregunta:
Si tú fueras al espacio, ¿qué vino te llevarías?
🚀 ¿Un espumoso, por si explota?
🌌 ¿Un tinto con cuerpo, como la Vía Láctea?
🧃 ¿O un Don Simón, que flota igual?
Piénsalo. Porque el próximo brindis podría ser en órbita.
Y allí no hay descorche fácil.