Junio ha venido como viene todo en este país: con fuegos artificiales, festivales inventados y más días internacionales que días laborales. Un mes de celebraciones absurdas y verdades mal cocidas. Día del Picnic, Día del Martini, Día de la Música, Día del Sushi… Y todo esto en un país que no sabe si la tapa es un derecho o una performance gastronómica.
El calendario es un bodegón: sushi con acento castizo, bruma amarilla de optimismo prefabricado, tapas ecológicas servidas en platos de plástico, y martinis sin aceituna que se toman con más culpa que placer. Y en medio, el Solsticio de Verano, ese circo astronómico que nos recuerda que hace calor y que el tiempo no tiene remedio.
España, mientras tanto, se retuerce en sus propias sombras. La felicidad programada del Yellow Day no compensa el hastío. Aquí todo sigue igual: el pan sube, el sueldo baja, y los políticos sonríen como si supieran algo que nosotros no. Hay escándalos con nombre de persona y forma de iceberg. Una mujer que no aparece en las fotos pero mueve las piezas con la precisión de un crupier en un casino de barrio. Y todos callan. Porque aquí los silencios son más reveladores que los editoriales.
Y luego está el presidente del Gobierno. Que reaparece cuando quiere, desaparece cuando conviene. Ese que da ruedas de prensa como quien lanza encíclicas y que cuando no se siente comprendido, se va cinco días a pensar. O a mirar el mar. O a escribir un prólogo. Sánchez, que gobierna como quien se peina frente al espejo: seguro de que la cámara lo adora aunque el país se despeine por detrás.
La televisión, ese espejo roto, cancela a “la familia de la tele”. Las audiencias han decidido que ya no quieren verlo, solo verse a sí mismos haciendo scroll. En las sobremesas ya no hay tertulianos: hay influencers que opinan de macroeconomía entre bocados de pan de masa madre y frases motivacionales.
Fuera, el mundo no se derrumba, pero se ladea. Se inclina como un picnic en cuesta. Las cumbres hablan de energías verdes mientras los aviones privados esperan en doble fila. Las guerras se cuentan en impactos por minuto y las treguas, en likes. Pero de pronto, una mujer levanta la vista al cielo, y lanza una sonda al planeta rojo. Otra, en un laboratorio, enfría los servidores del futuro con agua del pasado. Y entonces, sí, una piensa que quizá haya algo más que sushi en este menú.
El Día de la Música suena desafinado. Hay quien lo celebra cantando en la ducha y quien lo usa para poner banda sonora a su melancolía. Las notas no son lo que eran, pero tampoco lo son las palabras. El lenguaje político se ha convertido en una carta de tapas: promesas pequeñas, servidas con perejil, pero todas saben igual.
Y sin embargo, hay algo que resiste. La toalla en el césped. El bocadillo envuelto en papel de aluminio. La copa fría bajo el toldo. Esa España que no se agenda, pero se vive. Que no se celebra en redes, pero se recuerda en sobremesas.
Junio pasa como pasa todo: sin darnos cuenta. Pero deja su regusto. A sushi templado. A sol en el cogote. A vermú con sonrisa. A ese deseo irracional de que mañana, al menos, haya otra excusa para brindar.