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Champán, de vino maldito a burbuja divina

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Hay quien cree que el champán es glamour embotellado, un símbolo de éxito y celebración. Otros lo ven como una burbuja que esconde siglos de accidentes, propaganda e historias con más giros que una ópera barroca. Porque sí: antes de brindar en bodas, el champán fue el vino del diablo.

Y esta historia —como las mejores comedias francesas— tiene un poco de todo: monjes frustrados, ingleses con azúcar, botellas explosivas, mujeres que sabían lo que hacían… y Napoleón blandiendo un sable como si fuera el gran final de Hamilton.

“Le vin du diable”, o cómo empezó todo con una explosión

En la Champaña del siglo XVII, abrir una botella era tan peligroso como cruzarte con tu ex en una boda. El vino tranquilo que dormía feliz en botella se despertaba en primavera con una segunda fermentación no planeada. Resultado: presión, corchos volando, botellas estallando, y algún que otro monje gritando Satanás. Por eso empezaron a llamarlo le vin du diable, el vino del diablo. Y no porque fuera tentador, sino porque podía dejarte sin cejas.

Dom Pérignon, el monje que no buscaba estrellas (ni burbujas)

Spoiler: Dom Pérignon no inventó el champán. De hecho, intentó evitarlo. No andaba diciendo “bebo estrellas”, sino más bien “¡malditas estrellas!” mientras trataba de controlar esas burbujas que arruinaban sus vinos. Lo que sí hizo fue afinar las mezclas, reforzar corchos y poner orden en la locura. Gracias a él, el champán pasó de ser una ruleta rusa a algo más digno de copa y brindis.

La famosa frase de “estoy bebiendo estrellas” fue invento del marketing en el siglo XIX. Igual que muchas frases de perfil de Tinder.

¿Los ingleses lo hicieron antes? (pero no lo preguntes en Reims)

Mientras los franceses se santiguaban en la bodega, los ingleses ya estaban añadiendo azúcar a los vinos tranquilos que les enviaban desde champán, y embotellándolos con tapones de corcho resistentes. En 1662, Christopher Merrett —científico con nombre de mayordomo— explicó a la Royal Society cómo producir burbujas con azúcar añadido. Así que quizá: los ingleses se bebieron el champán antes de que los franceses supieran lo que tenían entre manos.

Pero cuidado: decir esto en Épernay es como decir en La Rioja que te gusta más el Ribera.

Ruinart: la primera maison que convirtió el caos en marca

En 1729, Nicolas Ruinart fundó la primera maison oficial de champán. Inspirado por su tío monje, creó una empresa que hizo historia y que hoy sigue viva (y muy elegante). Sus bodegas en cuevas de tiza del siglo XIII aún conservan el frescor y el dramatismo necesario para guardar burbujas con dignidad. Incluso sirvieron de refugio durante la Primera Guerra Mundial. Ahí lo tienes: el champán también sabe resistir.

Las reinas de la burbuja

Madame Clicquot

Viuda joven, empresaria feroz. Fue ella quien inventó el método de removido (el famoso riddling), lanzó el primer champán rosado con mezcla de vinos y creó el primer vintage en 1810. Mientras los hombres seguían brindando por Napoleón, ella montaba el emporio más glamuroso del siglo.

Louise Pommery

Decidió que el azúcar sobraba y dio al mundo el primer brut. También amplió sus bodegas hasta convertirlas en un monumento subterráneo con estilo inglés. Ella sabía lo que quería: un champán seco, elegante y más acorde con el gusto del siglo XIX… y de cualquiera con un mínimo de paladar.

Napoleón, sable en mano y burbujas en alto

Napoleón no solo conquistaba media Europa; también tenía tiempo para beber champán y crear tradiciones absurdamente fabulosas. Como el sabrage: esa cosa maravillosa que consiste en abrir una botella de champán con un sable. Porque claro, nada dice “acabo de ganar una batalla” como decapitar un cristal a presión.

“En la victoria lo mereces, en la derrota lo necesitas”, dijo Bonaparte sobre el champán. Y desde entonces, los oficiales de caballería abrían botellas con espadas. Hoy es un show de TikTok. Antes, era parte de la conquista.

Y sí, si lo haces mal… puedes perder más que el corcho.

El champán no se inventó en un día. Fue un cúmulo de accidentes, mejoras técnicas, batallas, marketing… y muchas mujeres con más visión que un general. Dom Pérignon ayudó, pero no fue el padre. Los ingleses jugaron con fuego (o con azúcar). Las maisons lo convirtieron en negocio. Y Napoleón le puso el toque hollywoodiense. Y si a eso le sumas las viudas, los monjes y los explosivos, el champán no parece una bebida: parece una película de Coppola con etiqueta dorada.

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