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Cuando la política se sirve en copa: líderes y sus licores

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La política, ya lo saben los camareros veteranos, se entiende mejor en vaso corto que en acta parlamentaria. Y ahí aparece Macron, siempre dispuesto a defender la copa como quien defiende la bandera. El presidente francés dice que toma dos vinos al día y que una comida sin vino es un funeral, frase que no desentonaría en un discurso de De Gaulle ni en un brindis de Napoleón. En Francia las urnas se llenan de papeletas y de taninos, todo mezclado en la misma carafe republicana.

Mientras tanto Obama, ese joven que venía a salvar al mundo con sonrisa y verbo, decidió embotellar su mandato en cerveza casera, la famosa White House Honey Ale. El hombre que predicaba cambio y esperanza prefirió fermentar miel en los sótanos presidenciales, porque es más fácil tragar un déficit con espuma que con PowerPoint. Macron y Obama se entienden: uno pone el vino de burdeos, el otro la ale patriótica, y juntos brindan por la globalización líquida.

Putin, en cambio, juega a la sobriedad con la misma convicción con que juega al ajedrez con osos. Oficialmente no bebe, posa con cara de té sin azúcar, de dieta de samurái, pero al llegar el protocolo levanta el vodka como quien levanta un misil. Es moderación escénica, un vaso que amenaza más que celebra. Frente a él, Sunak parece un adolescente con traje, confesando en público ser un “coke addict”. Eso sí, aclarando que no era cocaína, sino Coca-Cola mexicana, con azúcar de caña y nostalgia de refresco global. Mientras Putin escenifica el ascetismo de hierro, Sunak exhibe la debilidad con gas.

Y llegamos a España, país donde la política bebe agua en público y vino en privado. Aquí el presidente Sánchez se fotografía con copas en cumbres pero no confiesa preferencia alguna. Corre el rumor de que en el Falcon, ese avión que ya es novela nacional, hay una botella de whisky esperando en la altura. Rumor de pasillo, mito de bar, nada verificado, pero repetido como si fuera decreto en el BOE de la sobremesa. Al lado, Feijóo pide que no se demonice el vino. Brindis cultural que suena a albariño con pulpo, aunque el discurso lo escriba un asesor con agua con gas.

Así se sirve la política: Macron con su vino patrio, Obama con su cerveza casera, Putin con su vodka de mármol, Sunak con su cola azucarada y España con sus rumores voladores. Cada líder se desnuda en el vaso más que en el hemiciclo, porque el alcohol revela, exagera o finge lo que la palabra no alcanza. Lo verificado se bebe, lo rumoreado se comenta, y lo inventado se convierte en literatura de barra, que al fin y al cabo es la verdadera hemeroteca nacional.

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