Si hay algo que ha gobernado el mundo más que imperios y dinastías, eso es la harina. Sí, ese polvillo blanco y aparentemente inofensivo que ha sido el pilar de la gastronomía desde que alguien decidió moler trigo y, accidentalmente, descubrir la felicidad. Porque, claro, ¿qué sería de nosotros sin pan, pasta, pizza y bizcochos? Un mundo sombrío y sin sentido, como una película de autor donde nunca pasa nada.
Pensemos un momento. Sin harina, no tendríamos croissants. Y sin croissants, ¿cómo habrían sobrevivido los poetas franceses a sus crisis existenciales? ¿Cómo habrían desayunado los intelectuales de los cafés parisinos sin una pieza de masa hojaldrada y una mirada de desdén hacia la vida? Por no hablar de los macarons, pequeños y delicados, que han conseguido lo que pocos políticos: unir a la gente en un amor incondicional.
Pero la harina no solo ha cimentado la alta cocina. También es la base de placeres más mundanos, como una buena pizza. Sin ella, Italia sería famosa solo por sus ruinas romanas y sus coches veloces, pero no por ese milagro de la humanidad que es la masa fermentada con queso derretido y salsa de tomate.
Hagamos un repaso de los mejores platos elaborados con harina, porque si algo merece un monumento, es esto. El pan, claro, es el rey indiscutible. Sin él, los bocadillos serían una utopía y los desayunos europeos, una simple taza de café con melancolía.
Luego están las pastas. Desde los espaguetis hasta los raviolis, la harina ha permitido que generaciones enteras se sientan como protagonistas de una escena de “Come, reza, ama“. Y qué decir de los bizcochos, esos dulces que nos hacen olvidar que el mundo es un lugar cruel.
Pero, no todo el mundo puede unirse a este festín harinoso. Para los celiacos, la vida podría parecer un drama de Lars von Trier, pero la buena noticia es que hay soluciones. Gracias a la ciencia y la obstinación de los chefs modernos, el mundo sin gluten ya no es un erial desolado.
Las harinas de almendra, garbanzo y maíz han llegado al rescate, creando panes, pastas y postres. Porque, aceptémoslo, la harina de trigo no tiene el monopolio del placer. Y si no lo crees, prueba un buen brownie sin gluten y dime que no sientes un poco de magia.
Como en toda buena historia, la harina es tanto el héroe como el villano. Es la base de los mayores placeres culinarios, pero también la archienemiga de aquellos con intolerancias. Aun así, su legado es innegable. Sin ella, no tendríamos crêpes, ni churros, ni tartas de cumpleaños.
Y un mundo sin tartas de cumpleaños… bueno, eso sí que sería una tragedia shakesperiana.