España aún guarda bares donde comer por menos de veinte euros es posible, casi clandestino, como si entraras en una sociedad secreta. Los menús baratos son nuestra resistencia cultural, como la verbena en agosto o el tupper del lunes. Banquetes asequibles para todos los bolsillos.
En Madrid, Casa Dani sirve su tortilla como si fuera un secreto de Estado: jugosa, redonda, custodiada. En Tilda Neotaberna Castiza, el menú del día es un boletín oficial. Entrante, principal, postre y vino, todo con su sello.
Galicia juega en otra liga. En A Coruña, Mantelería ofrece pinchos de boletus y cecina que parecen un desfile de modelos low cost: pequeños, vistosos y con más sabor que etiqueta. Y en Parada de Sil, O Curtiñeiro despliega carne richada y patatas como quien arma una barricada contra el hambre.
En Madrid, El Rosal recibe el sello Chicote, que vale más que un discurso en el Congreso. Allí se come barato y bien, y el chef televisivo da su bendición sin aspavientos.
En Asturias, olvida los rincones glamurosos y las tapas de diseño. Aquí la tortilla sale en barra entera por 5,20 €, y te sientes más generoso que el tío que manda euros por WhatsApp. Fabada de campeonato y costillas por 13 €, cortesía de La Figarona, en Siero, un milagro que hace llorar, de alegría, a cualquiera.
Y en Arriondas, cocinan las exmonjas de Belorado, que con sus cachopines parecen rezar en clave gastronómica, todo incluido: ensalada, vino, postre… bendito menú de convento, menos religión, más pan.
En El Altet, Bar Pomares es otra de esas trincheras populares. Desde 1927, mantiene viva la tradición con arroces que nunca fallan. El arroz con costra es dogma, pero también se sirven arroces al horno, con boquerones o con ajos tiernos y pulpo. Platos de cuchara, frituras y postres caseros completan el festín. Aquí, por menos de veinte euros, comes como si la abuela aún mandara en la cocina. Y los locales lo saben.
Esto no es postureo gourmet. Es barro gastronómico con arte. Comer barato en Asturias, en Galicia, en Madrid o en El Altet no es ahorro: es civismo al pan y al apoyo local.
Estos sitios son la España real. Mientras algunos juegan a reinventar la croqueta como si fuera una aplicación de Silicon Valley, aquí se sigue cocinando como en los fogones de tu abuela. Sin algoritmos, sin fusiones imposibles y con pan de verdad. Comer por veinte euros no es nostalgia, es cordura. Es recordar que la gastronomía también puede ser popular y que no hace falta hipotecar el bolsillo para saborear un país entero.
Y que quede claro: todos los locales citados en este texto ofrecen realmente menús o raciones por menos de 20 €.