Septiembre no llega, se sirve. Y lo hace con bacon crujiente, misiles al punto y café helado en la sobremesa. El mundo mastica su caos como quien prueba una receta rara y, a pesar de todo, repite.
Putin se sienta en China con cara de emperador invitado a un banquete solemne. Xi sonríe con porcelana milenaria, Erdogan y Modi aplauden como camareros de gala. Zelensky promete contraataques como quien promete pan recién horneado: con la fe en que la masa suba, aunque falte levadura.
Mientras tanto, el calendario también cocina sus efemérides. El 1 es el día del popover de cerezas, pan hueco que se infla con aire, igual que tantas cumbres internacionales. También es el día del gyro griego, kebab con toga, carne que gira orgullosa en el asador de la Historia. El 2 es del coco y la sémola. También del arándano en paleta y de los desayunos dulces, mientras Trump y la Fed discuten como dos niños en un patio de colegio.
El 3 es rarebit de Gales, queso que se funde como la paciencia de Bruselas.Mientras el 4 es macadamia australiana, aristócrata del fruto seco que se ríe del cacahuete plebeyo. El Himalaya cambia su libreto geológico y la NASA detecta un cometa díscolo. Nada está escrito en piedra, ni siquiera las montañas.
El 5 es un carnaval. Pizza de queso, pelirrojos, taekwondo y salud sexual. Mozzarella, besos y patadas. El ser humano se celebra en su vulgaridad y en su grandeza. Y hay que brindar hasta con las contradicciones.
El 6 es tocino y helado de café. En Barcelona, la Sagrada Familia recibe pintura roja como si necesitara un grafiti divino. En Perú, tumbas de sacrificio nos recuerdan que siempre mezclamos sangre con banquetes. Hoy, al menos, el menú incluye helado.
El 7 es cerveza, salami y calabaza bellota. Greta Thunberg navega hacia Gaza, Wall Street hace cuentas y nosotros levantamos la jarra, cortamos embutido y nos reímos del apocalipsis. Porque nada se resiste a una cerveza fría con espuma generosa.
Septiembre se comporta como un bodegón barroco rehecho por Netflix, con luces de neón sobre calabazas, bacon y diplomacia. El planeta tiembla, pero la mesa sigue puesta. Y la vida, obstinada, se celebra en presente.