La música, como el vino, no se bebe. Se escucha en copa ancha y se sirve templada. Y no hay mejor plan para los hijos de Spotify y los nietos del Rioja que una escapada donde suenen los Arctic Monkeys mientras el sommelier pronuncia “garnacha” con acento de Burdeos. El turismo ya no es guía Michelín ni crucero de solteros, es experiencia multisensorial con pulsera de festival, copa de cristal fino y filtro sepia para el recuerdo.
Ahora se viaja para decir “yo estuve allí”, no para estar. Se va al BBK Live por la foto con el monte y el vaso reutilizable. Se aterriza en Mallorca, no por Chopin, sino por ese DJ noruego que hace vibrar el suelo y las stories. Y entre set y set, uno se baja al viñedo a maridar la resaca con una cata de Syrah.
Primavera Sound: Barcelona, tacos y Priorat
El Primavera es como el Louvre de los festivales. Allí se codean los modernistas del vinilo con los góticos del trap. En el fondo todos buscan lo mismo: que Thom Yorke les mire a los ojos mientras paladean un tinto con alma. turismo
¿Vino? Aquí manda la cerveza. Desde 2005, Estrella Damm es el patrocinador omnipresente. Pero a pocos kilómetros aguarda el Priorat, y los más sabios cruzan la frontera festivalera para buscar DO, garnachas y calma.
Starlite Marbella: famosos, burbujas y lentejuelas
Esto no es un festival. Es Versalles con focos LED. Raphael, Andrea Bocelli o Taburete (para todos los gustos), sobre un escenario que parece sacado de una gala benéfica para supermodelos jubiladas. turismo
¿Y el vino? Félix Solís es el vino oficial del evento, con su gama especial “Mucho Más Starlite“ en blanco y tinto. Se sirve en cenas VIP, maridando con aplausos y vestidos de lentejuela. En la barra coinciden Richard Gere, una influencer y la señora de Jaén que no se pierde un concierto. Democracia líquida.
Sonorama Ribera: la patria indie con D.O.
Aranda de Duero, donde el indie español y el tempranillo caminan del brazo. Este es el único festival donde el vino no es decorado, sino protagonista. Ribera del Duero es más que anfitrión: es musa, es sustancia, es copa de cristal (sí, de cristal).
Los músicos brindan con los viticultores. Y entre un concierto de Vetusta Morla y otro de Amaral, se degustan vinos de verdad. En el backstage hay barricas, no cubalitros.
PortAmérica: Galicia, estrellas culinarias y albariño con flow
Aquí el artista comparte escenario con un chef. Suena Iván Ferreiro, y entra Pepe Solla (Casa Solla) con un pulpo á feira. Luego, Jordi Roca, Albert Adrià, Begoña Rodrigo, Macarena de Castro, Iván Cerdeño o Javier Olleros maridan ritmos con estrellas.
¿La bebida? Todo lo que tenga DO gallega: albariño, godello, treixadura, y lo que encuentres en el espacio Queixiviño, dirigido por los sumilleres Salomé Beiroa y Juanjo Figueroa. Como si Galicia hubiese decidido darlo todo… con ritmo.
Jardins de Pedralbes: señoras que beben rosado y lloran con Sting
Aquí el vino no se derrama. Se desliza con educación. Sting canta Fields of Gold, alguien sirve cava. Nadie grita. El público aplaude con estilo. El ambiente huele a jazmín y a Brut Nature.
No hay pogo, pero sí emoción contenida. El outfit: lino, alpargata con pedrería y “copa de cava alto standing”. La banda sonora: Sting, Diana Krall, Patti Smith.
Y entre festival y festival… ¿qué nos queda?
El recuerdo con sabor a vino mal servido, los pies llenos de polvo y una playlist que ya nunca sonará igual. Porque el vino, como la música, es un viaje emocional con resaca. Un acorde menor que termina en brindis. Y un selfie donde nadie sale bien, pero todos fueron felices.
El turismo del futuro no vendrá con maleta. Vendrá con copa, auriculares y una entrada VIP.