Lo diré como si fuese Paco Umbral, con la copa en la mano y el periódico doblado bajo el brazo. La humanidad ha decidido resumirse en un menú de calendario. El 30 de septiembre ya no es el día en que sube el oro, tiemblan los congresistas americanos o la eurozona aguanta la respiración esperando el dato de inflación alemán. Es, oficialmente, el Día Nacional de las Vieiras Fritas, de las Natillas de Caramelo, del Vodka, del Apple Betty. Sí ese que suena a actriz secundaria de Tennessee, pero es un pastel de manzana con nombre de señora que bailaba swing.
Y a esto se añade el Día Internacional de la Música. Sin trompetas de Louis Armstrong no hay manera de digerir el shut-down yanqui ni los drones rusos que sobrevolaron las fronteras de Polonia como si fueran mosquitos de septiembre. La música es necesaria, que decía Nietzsche. Sobre todo cuando Ursula von der Leyen habla de un muro anti-drones y uno solo piensa en Pink Floyd, pero con más burocracia y menos guitarra.
El Día del Espacio nos ha pillado con tres satélites nuevos orbitando para vigilar las tormentas solares. La NASA, que ya no manda hombres a la Luna pero sí mandarinas de datos. Nos regala la sensación de que el futuro cabe en un Falcon 9 que despega con más épica que el último álbum de Bowie.
Mientras tanto, la economía se condensa en un escaparate de joyería. El oro, brillante como un ego ministerial, ha alcanzado los 3.300 € la onza. Y todo esto porque Estados Unidos amenaza con cerrar el grifo administrativo, como quien apaga las luces de un bar a las tres de la mañana. En Europa, los datos de inflación se anuncian a las doce en punto, como si fuesen campanadas de Nochevieja. Alemania sacará hoy su cifra y todos brindaremos, aunque el BCE ya haya dicho que la fiesta sigue igual.
La ciencia, que últimamente vive en titulares de domingo. Nos promete un análisis de sangre capaz de predecir enfermedades hepáticas antes de que el hígado se nos convierta en anécdota de Hemingway. Y en neurología, se habla de una terapia génica contra el Huntington como si fuese la penicilina del siglo XXI. Nadie sabe si funcionará, pero ya suena mejor que otra cumbre de banqueros centrales en Frankfurt.
Y aquí vuelvo al menú del día, porque el mundo, con sus guerras, recesiones y bacteriófagos, necesita un digestivo. Por eso celebramos las vieiras fritas y las natillas de caramelo. ¡Ah!, y ese Apple Betty que suena a vecina que te presta azúcar mientras cae la bolsa de Hong Kong. El vodka, claro, es la respuesta rusa a todo esto. El único antídoto contra los titulares de guerra y la única excusa diplomática para brindar con los enemigos.
De modo que el día internacional de la música, el del espacio y el del vodka coinciden con las natillas y las vieiras. Y es lógico: el mundo no se entiende con tratados ni cumbres, se entiende con ironía de sobremesa. Se entiende mejor si se canta un bolero, se mira una aurora boreal desde la terraza, se moja pan en la salsa de la vieira y se acompaña con vodka frío, mientras el oro sube, el Congreso se bloquea y Europa espera su cifra de inflación como quien espera el postre.
Porque todo, al final, es Apple Betty: un pastel con nombre ridículo, pero que se come caliente y con cuchara. Como la historia, como la política, como este planeta que gira con música de fondo y olor a fritanga cósmica.