Durante años, bastaba con poner dos kanjis en una etiqueta para vender “whisky japonés”. Daba igual si el líquido venía de Escocia, Canadá o una esquina de Kilmarnock: si la botella llevaba bambú, un torii y una grulla, colaba. Hasta que Japón dijo basta.
Porque lo que empezó como un gesto estético, acabó siendo un problema de identidad. Y ahora, el país que convirtió el silencio en arte y el tiempo en barrica, ha decidido definirse legalmente.
La revolución silenciosa
En 2021, la Japan Spirits & Liqueurs Makers Association (JSLMA) aprobó una norma voluntaria. Una especie de código de honor: qué podía llamarse “Japanese Whisky” y qué no. Grano y agua japoneses. Destilación, maduración y embotellado en Japón. Tres años en barrica, menos de 700 litros, y al menos 40 grados.
Era un primer paso. Pero solo eso: un acuerdo entre caballeros. Y ya sabemos cómo acaban esas historias.
De estándar a ley
En marzo de 2025, la JSLMA anunció que iría más allá: quieren una Indicación Geográfica (GI). Un blindaje legal, al estilo Champagne o Tequila. Un sello que diga, con todas las letras, que “Japanese Whisky” significa Japón.
El plan ya está en manos de la Agencia Nacional de Impuestos y del Parlamento. El nuevo logo, un círculo negro con las siglas JW, es solo el preludio. Una declaración de intenciones. La industria japonesa ya no quiere sugerir autenticidad. Quiere certificarla.
Quién es quién (o el mapa del alma)
Aquí empiezan los nombres. Porque detrás de la etiqueta, hay verdad… o humo.
- Suntory juega limpio.
- Toda su casa, Yamazaki, Hakushu, Chita, Hibiki, Toki, Kakubin, Royal, Special Reserve, cumple con el estándar. Todo japonés.
- Nikka, por su parte, también pone orden:
- Yoichi, Miyagikyo, Taketsuru y Coffey Grain cumplen con todas las normas. Pero ojo: From the Barrel y Coffey Malt no. En ellas hay ADN escocés: parte del destilado viene de su planta en Ben Nevis.
- Kirin Fuji Gotemba, en el pie del monte Fuji, también entra en la categoría. Sus whiskies , grain, malt o blended, están hechos y envejecidos en Japón.
- Y luego está la nueva guardia:
- Chichibu, del mítico Ichiro Akuto, que en apenas una década se ganó más respeto que algunas destilerías centenarias.
- O Mars Shinshu, que elabora a casi 800 metros sobre el nivel del mar y guarda la elegancia del whisky como si fuera ceremonia del té.
Todos ellos cumplen con la norma y representan lo que el whisky japonés es: precisión, paciencia y poesía líquida.
El lado oscuro del bambú
En el otro lado, el ruido.
Durante años, algunas marcas, Matsui Shuzo, Aiko, San Foods, Kyoto Shuzo, Minami Alps W&B, vendieron whiskies “japoneses” con destilado importado.
Eran world blends, mezclas globales disfrazadas de kimono. Nada ilegal, pero sí confuso. Y ahí está la razón de la GI: Japón no quiere que su nombre se use como sinónimo de marketing, sino como garantía.
Qué cambia para el consumidor
A partir de ahora, las botellas que cumplan la norma llevarán un logo oficial con las letras JW / Japanese Whisky. Los compradores podrán saber si lo que beben nació realmente en Japón… o solo pasó por allí.
Para entenderlo en corto:
- Si dice Japanese Whisky con el nuevo sello, es 100% japonés.
- Si dice World Blend, es la mezcla internacional (y probablemente buena, pero no japonesa).
- Si no dice nada, la sospecha es razonable.
Un país que se redefine
Japón tardó casi un siglo en decir quién era. Y lo hace a su manera: con rigor, silencio y estética. Mientras el resto del mundo corre detrás del próximo hype, ellos se sientan, miran el horizonte y afinan los detalles. Esta nueva GI no es una ley seca, es una ley clara. Una manera de decir: “esto somos, y esto no”.
Cuando llegue la nueva denominación, habrá un silencio bonito, como el de un primer sorbo de Yamazaki 12. Japón no alza la voz. La destila.
Y al final, eso es lo que convierte al whisky japonés en arte: Que cada trago sabe a tiempo, a honor y a definición. Y que cuando levantas la copa, no solo bebes un destilado. Bebes una cultura que, por fin, se ha puesto nombre.