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De Dom Pérignon a Taittinger y Bollingern la odisea líquida de Bond

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James Bond nunca bebe al azar. Si pide un martini es “shaken, not stirred”, y si se trata de champán, el ritual se vuelve parte de la escena. Lo que muchos no saben es que 007 no siempre tuvo una sola copa en la mano. Empezó con Dom Pérignon, coqueteó con Taittinger en la literatura y en Desde Rusia con amor. Y acabó casado en la gran pantalla con Bollinger. Una historia líquida digna de una saga.

En los primeros años del cine, el champán de Bond era Dom Pérignon, y no cualquier añada:

  • Dr. No (1962): aparece un Dom Pérignon 1955, y Bond responde con calma que prefiere el ’53.

  • Goldfinger (1964): cuando alguien lo sirve demasiado caliente, Bond suelta:

    “Hay cosas que simplemente no se hacen, como beber un Dom Pérignon ’53 por encima de 38 grados Fahrenheit.”

  • Thunderball (1965): Dom Pérignon 1955 con caviar tras ganar en el casino.

  • You Only Live Twice (1967): un Dom Pérignon 1959 con la frase: “If you insist.”

  • Al servicio secreto de Su Majestad (1969): Dom Pérignon 1957 para la cena con Tracy.

El mensaje era claro: lujo clásico, estatus y un toque de ironía británica en cada sorbo.

En la novela Casino Royale (1953), Ian Fleming quiso ser preciso. Bond pide un Taittinger 1945, y el sumiller le propone algo mejor:

“¿El Taittinger 45, monsieur?”
“Un vino excelente”, responde, “pero si me permite… el Blanc de Blancs Brut 1943 no tiene rival.”

Bond acepta y sentencia: “No es una marca muy conocida, pero probablemente sea el mejor champán del mundo.”

La escena es puro Bond de papel: esnobismo elegante, burbuja fresca y la sensación de que hasta el champán es parte de su identidad.

En Desde Rusia con amor (1963), la pantalla se tiñe de Taittinger. Sean Connery comparte una botella de Taittinger Blanc de Blancs en el tren con Tatiana Romanova. Un guiño directo a las preferencias literarias de Fleming, y una rareza: la única gran aparición de Taittinger en la saga cinematográfica.

El cine, sin embargo, decidió que Bond debía tener pareja estable. Desde Vive y deja morir (1973), el champán de la copa es Bollinger. Y en Moonraker (1979), Roger Moore inaugura la era con humor:

“¡Bollinger! Si es del 69, ya me estabas esperando.”

Desde entonces, Bollinger es casi tan fijo como el Aston Martin. Pierce Brosnan sigue el ritual en Panorama para matar (1985), y Daniel Craig, en Casino Royale (2006), se sirve un Bollinger La Grande Année 1990 con la misma tensión con la que se juega la vida en la mesa de póker. En Sin tiempo para morir (2021), el ritual continúa, botella incluida.

La casa francesa incluso lanzó la Special Cuvée 007 Limited Edition, porque si eres el champán oficial del espía más famoso del mundo, no puedes quedarte fuera del merchandising.

A lo largo de las décadas, seis actores han sido James Bond. Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. Cada uno brindó a su manera: Connery con elegancia, Moore con ironía, Brosnan con estilo noventero y Craig con tensión contemporánea. El champán, en cambio, se mantuvo constante: siempre frío, siempre dispuesto.

Y aquí llega la anécdota con olor a mito: se dice que John F. Kennedy elegía los vinos y champanes de Bond. La verdad es a medias. Lo que está documentado es que Kennedy era fan de las novelas de Fleming; tenía Desde Rusia con amor en su lista personal de favoritos. ¿Que eligiera personalmente el champán de 007? No hay pruebas. Pero la imagen de un presidente americano leyendo a Bond en la Casa Blanca, mientras el mundo ardía fuera, es demasiado jugosa como para no imaginarla.

En Sin tiempo para morir, Bond rompe la tradición y descorcha un Château Angélus, un Saint-Émilion bordelés. Un cameo inesperado que puso a sonreír a más de un enólogo.

Y puestos a fantasear: Elon Musk bebería un espumoso en gravedad cero, y Taylor Swift lanzaría un rosado con ediciones que cambian de color cada disco.

Bond empezó con Dom Pérignon, se rindió a Taittinger en la pluma de Fleming y terminó casado con Bollinger en la pantalla. Entre medias, presidentes, actores y vinos bordeleses se han colado en la historia.

Y cada vez que la copa aparece, el mensaje es el mismo: un brindis en el universo Bond nunca es un detalle, siempre es parte del guion.

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