¿Cansado de hacer scroll infinito entre stories de brunchs sin alma y selfies con filtro Oslo, en sitios que ni sabes ubicar en el mapa? Tranquilo, tenemos la cura: tres escapadas de fin de semana que te reconciliarán con la vida, el buen comer y la estética real. Pueblos con más encanto que tu feed, donde no importa el filtro, porque la luz lo hace todo. Y sí, también hay vino, que no somos una revista de zumitos detox. Escapadas
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Morella (Castellón): la villa medieval con alma de serie de HBO
¿Recuerdas Juego de Tronos, cuando aún tenía sentido? Pues Morella podría haber sido escenario de una alianza épica entre los Stark y los Lannister… si estos hubieran sabido de las croquetas de trufa negra.
Con su castillo en lo alto, calles empedradas y murallas que parecen decorado de The Witcher, este pueblo presume de un pasado que ni Los Bridgerton con todo su drama. Pero aquí no hay guantes de encaje: hay embutido de verdad, queso artesano y aceite del bueno. Escapadas
Plan ideal:
Paseo por el casco antiguo, visita al castillo (sí, hay que subir cuestas, pero quemas el almuerzo) y cena en Daluan, restaurante con producto local y platos de un Sol Repsol. Pide el Menú Gastro, y no mires atrás. Armoniza con “Danza de los Corzos“, un tinto de la Sierra de Espadán. Acompáñalo de la banda sonora de El Señor de los Anillos.
Si vas en otoño, llévate “Por si un día volvemos“ y léelo en la plaza. Vas a querer quedarte a vivir. Escapadas
Cudillero (Asturias): el pueblo que parece diseñado por Wes Anderson
Cudillero no es un pueblo, es una postal viva. Las casas de colores, colgadas en la ladera como si las hubiera colocado un diseñador de La La Land con tiempo libre, te obligan a frenar. Literalmente. No puedes mirar el móvil y caminar a la vez. Te caes.
Es un pueblo marinero, con más alma que El Gran Hotel Budapest y más encanto que la cuenta de Instagram de cualquier interiorista nórdico. Aquí se viene a comer pescado fresco, a beber sidra sin reglas y a ver atardeceres que harían llorar a Phoebe Bridgers.
Plan ideal:
Tarde de paseo por el puerto, foto obligada en el mirador de La Garita y cena en Casa Julio. El pixín (rape) es religión y el arroz con leche te salva la fe. Bebe sidra asturiana, claro, escanciada con estilo. ¿No sabes? Aprende o que lo hagan por tí. También prueba Valdemonje Carrasquín, un tinto de Monasterio de Corias, que es perfecto mientras suena “Asturias” de Melendi.
Si esto fuera una serie, sería Call Me By Your Name, en versión norteña y con más fabada.
Alquézar (Huesca): Indiana Jones y el secreto del vino DO Somontano
En plena Sierra de Guara, donde los barrancos se mezclan con el arte románico y el buen vino, está Alquézar. Aquí todo huele a historia, a piedra y a aventura. Si alguna vez soñaste con vivir una mezcla entre Indiana Jones y Un país para comérselo, este es tu sitio.
Este pueblo es tan completo que lo visitas por las fotos, pero te quedas por el ternasco. La Colegiata de Santa María la Mayor domina el paisaje con ese aire de “he visto más cosas que tú en Netflix”, y el cañón del río Vero está ahí para que digas “yo también hice senderismo este año”. Escapadas
Plan ideal:
Ruta de las pasarelas (sí, es de verdad), comida contundente en Casa Pardina, con vistas de escándalo y una bodega que enamora. Pide “El canto del grillo“, de Bodegas El Grillo y la Luna. Cri, Cri,… es un vino sedoso que llena la boca. También puedes elegir un tinto complejo y elegante, como Blecua. Tú decides la aventura.
La película de referencia sería El paciente inglés. Pero con menos sufrimiento y más longaniza.
Consejo de sabio: llévate calzado cómodo y espacio libre en el carrete. Aquí vas a hacer más fotos que en una boda real.
Final feliz: escápate, pero hazlo bien
Podrías quedarte viendo Élite, sí. Pero lo que necesitas es perderte por calles de piedra, comer como si el lunes no existiera y llenar tus redes de algo más que cafés con arte.
Estos tres pueblos son solo el principio. España está llena de joyas que no caben en una story. Así que sal, vive, bebe y vuelve con anécdotas. Y si puedes, sin cobertura.
