Hoy hemos venido a hablar del menú, porque en la Met Gala 2025 se comió más que en la boda de Lolita. Y eso, en Manhattan, con vestidos que no permiten respirar y peinados que desafían la gravedad, es mucho decir. Pero es que el chef Kwame Onwuachi, que suena a jazz africano y a Estrella Michelin, cocinó un manifiesto. Porque la gala iba de eso: de estilo afroamericano, de sastrería negra, de “Superfine: Tailoring Black Style”, que suena a disco funk con pantalón de campana y mucho terciopelo morado.
Comieron la revolución (con cubiertos de plata)
La velada arrancó con hoecakes con pollo crujiente, que suena a Harlem de domingo, y pan de maíz con caviar, que es como mezclar a Aretha Franklin con el duque de Edimburgo. Hubo mini chopped cheeses, aquel sándwich de bodega neoyorquina elevado a canapé para millonarios, y empanadillas de pollo al curry que olían a calle de Trinidad con aire acondicionado.
Y luego, atención: langosta con trufa blanca, que es como ponerle Versace a un bogavante. Megan Thee Stallion los probó todos, los grabó, se los comió y lo subió a Instagram. Rompió la regla de “nada de móviles durante la cena”, pero ¿qué importa? Si no hay story, no hay gala.
Vinos con pedigrí y destilados invisibles
Para beber, y aquí viene lo glorioso, Chardonnay “Oregogne” de Maison Noir. Una joya vinificada por André Hueston Mack, afroamericano, sommelier y provocador. Fresco, mineral, elegante. Como si Nina Simone se convirtiera en vino blanco. Y para el pollo criollo con arroz y guisantes, el tinto fue un Cabernet Sauvignon Reserve de Phil Long, otro vinazo con alma de jazz y cuerpo de Motown.
La lista de destilados no ha salido oficialmente. Se sabe que la barra libre durante el cocktail hour no era precisamente de garrafón. Se intuye champán, seguramente Krug o Dom Pérignon, y cócteles con nombre propio y glamour líquido. Negronis discretos, martinis sin aceituna y mocktails para los abstemios del yoga.
Primeros looks, luego bocados
Mientras sonaban flautas de fondo y los flashes explotaban como palomitas, Colman Domingo llegó vestido de capilla sixtina afrofuturista. Zendaya, con su sastre blanco y sombrero, le rindió un homenaje a Bianca Jagger. Imagen del dandismo; estaba elegantísima. Bad Bunny, como si lo hubieran sacado de una colección privada de Frida Kahlo en clave urbana. Rosalía apareció con vestido escultura clásica, firmado por Balmain.
Y después de la moda, el segundo acto: una ensalada de papaya piri-piri, picante y cool como el primer beso de una drag queen, con pepinos persas y adobo caribeño. Se comió entre flor de narciso y candelabro egipcio. El templo de Dendur parecía un videoclip de Beyoncé en el Louvre, pero con uvas.
Teyana Taylor, en la alfombra roja, con un look impresionante, que entendía perfectamente la temática de la gala, dijo que lo que más le emocionaba de la noche era “conocer al chef y comer su comida”. Olé. Porque el arte también se sirve en plato hondo. Se sabe que en años anteriores algunos famosos (aquí no damos nombres, pero se sabe) se quejaron de la cena. Este año, nada de eso. La gente rebañó. Pedían más salsa picante como si estuvieran en un food truck de Nueva Orleans.
Y de postre, el escándalo: una reinterpretación de los dulces de bodega neoyorquina. Brownie “Cosmic”, donut en mousse y un bizcocho dorado con grosellas que parecía pintado por Basquiat. Gourmet y callejero, como una rima de Notorious B.I.G. sobre una alfombra roja de Balenciaga.
La Met Gala 2025 fue la noche en que la alta costura se sentó a la mesa con la historia negra. En la que el vino habló, el pollo crujió y el postre se hizo política. Fue un menú con alma, una pasarela con mensaje y una barra libre de símbolos.